Siempre me gustó el día de mi cumpleaños, pero no el hecho en sí de cumplir años. No sé por qué. Bueno, miento: en realidad, sí que lo sé. Al principio, no me gustaba la idea de hacerme mayor. Y después, no me gustaba la idea de pensar que estaba desaprovechando mi vida. Porque eso es lo que pensaba: que pasaban los años y no hacía nada con mi vida. Pero ahora sé que me equivocaba.
No han sido veinticinco años fáciles. Demasiados cambios, demasiadas mudanzas, demasiadas despedidas y demasiadas personas que en su día fueron importantes pero ya no están en mi vida. Pero no me quejo. Soy de los que piensan que todo pasa por alguna razón, y ahora estoy exactamente donde quiero estar, rodeado de la gente con la que quiero estar realmente. Las personas que no lo merecen ya no tienen hueco en mi vida: está demasiado llena con la gente que quiero de verdad como para dejar que entren las cucarachas.
Este último año ha sido especialmente difícil, pero maravilloso al mismo tiempo. Ha sido difícil porque para mí ha supuesto una especie de purga, un largo proceso de desintoxicación de todas aquellas personas que no me aportaban nada bueno, que me hacían daño, que yo consideraba amigos y no eran más que lobos con piel de cordero, víboras de piel bonita y colmillos llenos de veneno. El proceso ha sido un tanto doloroso, pero también catártico y muy liberador.
Y por eso es por lo que este año ha sido maravilloso: porque he aprendido a soltar lastre para poder volar, a separar el oro de la mierda, a tirar a la basura todo lo que no merecía otro lugar. Durante este último año he descubierto quiénes son las personas que realmente merecen la pena y quiénes no merecen más que mi indiferencia. Y, creedme: es algo fantástico.
Y ahora que cumplo los veintinco, me he dado cuenta de que en todos mis cumpleaños anteriores me equivocaba. No estaba desaprovechando mi vida: estaba recorriendo exactamente el camino que quería, aunque en ocasiones pareciera que atravesara un bosque oscuro o me desviara un poco del sendero. No eran más que los pasos necesarios para llegar a mi meta.
Los lobos disfrazados que aparecieron en el camino ya han sido derrotados, y sus cabezas cuelgan ahora de mi pared mientras la piel de cordero arde al sol, a la vista de todos. Las víboras que trataron de inyectarme su ponzoña están muertas, y ahora llevo su piel de pulsera como recordatorio de lo que no consiguieron. A pesar de ellos, o quizás gracias a ellos, ahora soy más fuerte.
Y para terminar, os voy a confesar algo. Desde hace años siempre pedía el mismo deseo al soplar las velas... quizás alguno imagine de qué se trata. Hoy, sin embargo, no sé qué deseo pediré cuando las sople. Quizás eso significa que por fin soy completamente feliz.