Intentaba no pensar,
aquel hombre, en su tristeza,
y miraba al horizonte
tras ventanas con sus rejas.
Y sus ojos se cerraban
por las lágrimas resecas,
que bajaban de sus ojos
y se helaban en las venas.
Triste tarde, se decía,
en la cárcel y en la celda,
cautivado por su alma
que sufría de mil penas.
Era un hombre como tantos,
pero un niño en su conciencia,
que soñaba y que buscaba
por las playas un cometa.
Él sabía que era inútil
y también una quimera,
lo que el hombre pretendía,
de resacas y de meigas.
Pero el niño continuaba
esa búsqueda sin tregua,
y seguía, tras los pasos,
que veía por la arena.
Eran pasos vacilantes,
de personas y poemas,
que dejaron sus recuerdos
para el viento con sus letras.
Y lloraban las resacas
y cantaban las sirenas,
y hasta el hombre percibía
del salitre los poemas.
Sonreían los delfines
escoltando a las traineras
con un niño que soñaba
con la luna y las estrellas.
Hasta el hombre, conmovido,
vio, en el niño, su inocencia
y también la tierna imagen
de un pasado ya sin vuelta.
Pero vuelve a su presente
nuestro hombre con su guerra,
y recobran los suspiros
esas llamas que le queman.
¿Dónde están las mariposas
con sus alas tan traviesas,
y los besos de unos labios
que perdieron ya su esencia...?
Rafael Sánchez Ortega ©
24/06/21