...Y te marchaste, amor
y me quedé con tu figura
prendida entre las lágrimas de mis ojos.
Yo intuía que esto iba a pasar
y que me quedaría rodeado de la soledad,
esa amiga, inseparable,
que siempre estuvo a mi lado,
con sus caricias desde el silencio.
Y así sucedió y te marchaste.
Me quedé desnudo
con la mirada perdida en las estrellas
que había perseguido para ti.
Pequeñas mariposas
revolotearon en mi alma,
y me quedé solo,
aquí y donde me abandonaste,
y en este lugar sigo.
Ahora lo pienso
y me digo que siempre recordaré
aquellos momentos compartidos,
mal que me pese,
porque te amé con todo mi corazón,
y aún te sigo amando.
Vuelvo a recordar la desnudez de tu alma
ante la mía,
el olor a canela de tu cabello
que penetraba en mis sentidos
y me hacía estremecer,
tu risa cantarina que era un dúo
de la fuente y de las aves tan cercanas,
la sonrisa de tus labios
que pedían, a los míos
unos besos, sin palabras,
y la mano, con tus dedos,
que buscaba entre las mías,
el calor de la sangre acelerada,
la pasión, mal contenida de unos ojos,
que buscaban por el cielo
las estrellas y los sueños...
Pero te fuiste, amor,
y te marchaste, sin aviso, en el otoño.
Ya no hay tiempo para mirar y buscar,
las causas ni motivos,
ni tampoco reprocharse del pasado.
Hace frío y hay cenizas en el alma,
porque todo se acabó, y te perdí.
Ahora duele el alma y sangra,
pero sigo resistiendo,
lo intento,
¡necesito vivir!,
aunque la vida se me escape,
y solo sea una sombra y espejismo
lo que veo
y se refleje en la luna del espejo,
en la mañana...!
Rafael Sánchez Ortega ©
02/08/21