4a Parte Capítulo 2 Resurrecciones
Publicado el 06 febrero 2013 por Descalzo4a Parte Profecías, Resurrecciones y Sentimiento de Catástrofe
Capítulo 2 Resurrecciones
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— …Terencia, me preguntaste si los pasajeros del tren eran espectros o seres vivos. La respuesta no es simple En el mundo intermedio, los fantasmas se distinguen de los vivientes por un halo verdoso que rodea sus cabezas, aunque muchos de ellos encuentran la forma de borrarlo.
Las dos mujeres conversarán en la sala de cristales esculpidos en Mongolia. Muchos de los invitados de Brenda Diermissen se sentirán incómodos en ese sitio. Al reverberar sobre las superficies irregulares, la luz del constante sol atravesando los finos vidrios, producirá un fuerte ardor en los nobles ojos de los huéspedes; en el recinto las damas mayores sentirán la falta de aire y se intimidarán ante los túmulos de vidrio que parecerán moverse por sí mismos con gestos desenfadados y desafiantes. En algunas oportunidades, los cristales exhibirán comportamientos impropios, como en el año 1900, cuando la digna esposa de un general que acudiera a una de las fiestas de la mansión, se quejara a la dueña de casa por una súbita mano de luz que habría intentado acariciar sus partes íntimas.
Terencia en cambio, mirará con curiosidad los despliegues luminosos de los cristales. Muchas veces teatralizarán las palabras de Brenda y en otros ensayarán gestos juguetones, como las partes de un gigantesco cachorro de una especie multiforme.
— Cuando te encuentras en el mundo intermedio, querida Terencia, es difícil saber si quienes te rodean son durmientes, espíritus de personas vivas, como era el caso de Eufrasio y la misma Brenda, o simples sombras de muertos. Lo que te puedo decir es que aquel vagón nocturno estaba rodeado de vivos y difuntos, pero aquello era lo que menos preocupaba a la joroba. Imagínate: la persona que amaba sin pies, agonizando en el lugar desconocido donde la habían llevado las corrientes del ámbito imaginal. Él mismo, a bordo de aquel tren frío, inhóspito, donde lo único que recordaba a Brenda era el extraño mascarón insertado en el frente de la locomotora. Dada su mezcla de apéndice humano y de serpiente, le bastaba asomar y estirar el cuello por la ventana para recorrer el largo del tren y constatar que allí continuaba esa estatua de yeso con los rasgos de la amada; una de las tantas pistas que el mundo intermedio, más clemente que éste al que llamamos “real”, le dejaba para facilitar la búsqueda. Sentado en el asiento, Eufrasio apretaba contra el pecho los pies que aún permanecían tibios. No dejaba de llorar. Las lágrimas tenían propiedades combustibles y al llegar al piso, se filtraban por las aberturas y caían en la caldera, avivando el fuego que movía a la locomotora. Muchos de aquellos viajeros, pálidos, ignorantes del drama de la giba, concentrados en las imágenes que el mundo intermedio depositaba en ellos, bajaron en las diferentes estaciones y se perdieron en las sombras. En su obsesión, Eufrasio cada tanto volvía a estirar el cuerpo y besaba tenuemente a la estatua con el rostro de la muchacha. La única señal en la noche helada.
Las estaciones fueron pasando una tras otra. A veces, fugazmente, señaladas por faroles sacudidos por el viento. En otras, las luces del propio tren iluminaban tenuemente señales rotas y despintadas. De pronto, la máquina se detuvo por completo y el sonido de la sirena anunció que habían llegado al final. Eufrasio volvió a estirar el cuerpo y al asomarse una vez más por la ventana comprobó que el soporte que sostuviera el mascarón estaba vacío. Allí terminaban las vías. Junto a su pecho, los pies de Brenda, seguían tibios. La joroba descendió lentamente del convoy, vacío. A la luz de la luna llena, reconoció la iglesia abandonada que bajo el imperio de Erick el Rojo se usara como alojamiento de las mujeres de la Cofradía. Había llegado a una Ciudad de las Descalzas desierta, abandonada. Lo rodeaban cabañas destruidas y senderos llenos de malezas. Lo único que parecía despedir una niebla de vida, era la isla en el medio del lago, donde brillaba una leve luz. Otro candil colgaba de la entrada del edificio principal, y la joroba advirtió en el aire masas de hilos plateados brillando bajo la luna. Atravesaban el aire de la noche con un movimiento regular, como si alguien tirara de ellos y los volviera a soltar. Las ráfagas del viento cargado de vacío se había detenido, pero soplaba una brisa que descamaba la piel.
En la búsqueda de su amada, Eufrasio decidió entrar al edificio que albergara a la Cofradía. La puerta colgaba de los goznes. En el interior, dormidas sobre canapés, sillones, o simplemente tendidas en el suelo de madera, estaban las miembros, vestidas de blanco y descalzas. La joroba no encontró a Brenda entre ellas Los hilos que viera en el aire de la noche, entraban por las ventanas y se enredaban en los dedos de los pies de las muchachas.
. Desde la primera manifestación de la giba, cuando emergiera de la espalda de Cristino, el cochero, había vivido en aquel reducto de varias hectáreas que albergara a Erick el Rojo y sus hombres. Al dolor de la desaparición de Brenda, se sumaba ahora tener que observar la desolación del que fuera su hogar. Eufrasio era muy sensible al paso del tiempo, a la destrucción de todas las cosas, a la vorágine del devenir.
Estaba por salir, cuando advirtió una desconocida que parecía dormir en el suelo. Más joven y bella que las otras, también vestía una túnica blanca. Acostada boca arriba, los cabellos oscuros se tendían en el piso de madera. Un rayo de luna caía sobre su rostro. Eufrasio se inclinó y miró atentamente los rasgos, pequeños, armónicos; el cuello largo y sedoso. Era parecida a Brenda y pensó en levantar uno de los párpados para comprobar si los ojos tenían el mismo tono entre verde y almendrado. Se limitó a acariciar la piel tibia y suave. Al hacerlo, los pies de la amada que permanecían junto a su pecho, ardieron hasta casi quemarlo. Se inclinó sobre la muchacha y acercó su propio rostro para comprobar si respiraba. No pudo sentir el soplo del aliento, pero aspiró el suave olor a resinas de pino que llegaba de la boca. Entonces, estiró el cuello y la besó en los labios. Sabían a fresas. Luego se apartó. Aguardaba que aquel gesto produjera un movimiento, un gemido alguna reacción. No ocurrió nada. Se volvió hacia los pies de la joven y besó los empeines. Notó que los hilos que sostenían los pulgares, vibraban suavemente. Sin saber por qué, tomó uno de ellos y lo rompió. De inmediato, sonó un chasquido y un silbido; la joroba esperó, pero no ocurrió nada más.
Eufrasio siguió examinando el cuerpo inerte. Tomó el pie derecho de la joven y volvió a besarlo largamente cerrando los ojos. Sintió un bramido oscuro y caliente que llegaba de la planta. Se separó y lo miró bajo la luz de la luna. En el empeine había una extraña cicatriz: dos curvas se encontraban en un vértice, como las alas de un pájaro al volar. Observó la correspondiente planta de Brenda y advirtió otra herida idéntica en el mismo lugar.
En verano, las figuras fantasmales fluían a todas horas y en abundancia a través del Psicoducto. Por el calor, la energía vital se mantenía a flor de piel y bastaba acercar una mano o un pie a cualquier agujero natural, para que un robusto espectro se deslizara con rapidez. Al llegar el frío, las bujías encendidas en las ventanas, atraían a los espíritus que corrían hacia ellas. Luego de rodearlas, se dirigían desganados a los pies de Brenda, Magdalena o de Benita Garmendia.
En el invierno, los fantasmas se arrastraban lastimeramente por los senderos del bosque o por las veredas que se extendían entre las casas de la Ciudad de las Descalzas. Sobre la tierra dejaban una huella pegajosa y brillante que se pegaba a los pies desnudos de las cofrades o a las botas de los hombres de Erick el Rojo. El frío hacía que se unieran unos con otros; entonces formaban apretadas bolas y rodaban hacia el horizonte azul en las inmediaciones de las plantas de las mujeres encargadas de recibirlos. De este modo, recorrían todo el refugio, ya que Benita se alojaba en el extremo norte y Magdalena y Brenda al sur, cerca de la frontera con Alemania.
Durante su estadía en la Ciudad de las Descalzas, Steiner contempló varias veces las "sutiles formaciones", como las llamaba. Aseguraba que verlas tratando de alcanzar la meta, producía un intenso escalofrío en la médula. “Lo comparo con las almas que procurando ocupar un cuerpo, se arrastran lastimosamente en esa epopeya repetida de quien vuelve a nacer y regresa al plano de la existencia.”Memento Mori”. El tránsito de los seres al recorrer el Psicoducto, nos recuerda nuestra propia vida y nuestra propia muerte. Por eso nos estremece” , afirma. Para el autor, en los pies de las mujeres numerosas civilizaciones vivían y se alternaban, formando el reservorio destinado a poblar el mundo, ante el fracaso de las actuales generaciones.
Nadie supo con exactitud en qué momento, los habitantes de la Ciudad de las Descalzas empezaron a aguardar el desastre. Aprovechando un momento de debilidad — el “paso de un mundo al otro”, como lo llamara un pensador de la época— se produjo el apoyo de algunos gobiernos de Europa al bandolero; en parte, seducidos por su enorme carisma; en parte porque pretendían utilizar su figura con fines políticos. Esto permitió que Erick el Rojo acumulara un impensado y colosal poder.
A pesar de esto, miembros de la Cofradía, bandoleros y druidas, estaban convencidos de la cercanía del fin. Los planes sólo se hacía para pocos meses. Nadie podía anticipar dónde se encontrarían el año entrante. Los rituales que diariamente fortalecían los vínculos entre los pies desnudos y la tierra, sólo se dirigían a atrasar el hundimiento. Del mismo modo, el funcionamiento del Psicoducto y el número incalculable de fantasmas que llegaba diariamente a las plantas de la Benita Garmendia, Brenda y Magdalena, mantenían un equilibrio entre los grupos. Barrera interna llena de contradicciones, pero cuyo equilibrio evitaba el ataque definitivo por parte de los ejércitos de Europa.
Luego de la entrevista en la que la Señora volcara su profecía, Brenda y Magdalena reflexionaron acerca de sus palabras, pero no dieron con el sentido preciso ni la aplicación. Concluyeron que, como toda previsión del futuro, la misma se expresaba en enigmas. Era como si la Gran Dama hubiera visto todo a través de cierta bruma y expusiera hechos aislados, sin el nexo lógico entre ellos.
En su visión, se destacaban dos elementos: el personaje que debería llegar del oeste y el carácter audible de la música que emitían las campánulas. Cuando esto ocurriera, sería el principio del fin. En cuanto al enviado, Brenda y Magdalena no podían sacar conclusiones, ya que en el entorno no había rastros de él. Las flores, en cambio, formaban enredaderas que crecían en cercos salvajes y los mismos señalaban los límites interiores de la Ciudad de las Descalzas. Desde aquella noche, Brenda y Magdalena caminaron diariamente hasta las vallas, comprobando el permanente silencio de las campánulas.
Al día siguiente de la entrevista con Benita Garmendia, Anabella y Josefina se presentaron en la cabaña de sus cofrades, exigiendo saber lo que la Señora les había contado. Brenda y Magdalena explicaron que no habían recibido de Benita una autorización explícita para trasmitir sus palabras y de acuerdo a las viejas reglas de la Cofradía, no se debía indagar sobre el particular. El procedimiento en esos casos era preguntar a la misma Señora. Luego de la charla con Brenda y Magdalena, la Dama había exigido que nadie la moleste durante una semana.
Josefina estuvo de acuerdo con la propuesta, pero Anabella se cruzó de brazos y se instaló de pie junto a la puerta. Esta actitud señalaba que no se iría del lugar hasta que no respondieran a su demanda. Con los pies crispados, rojos y cruzados uno sobre otro, miraba a sus cofrades con rabia y desprecio. Brenda y Magdalena se mantuvieron inflexibles.
Aquel diálogo casi sin palabras en el que tenían principal protagonismo las miradas y los gestos, era frecuente en la compañía. Todo se decía a través del lenguaje de los pies y del cuerpo. Las neófitas debían expresar ideas cada vez más complicadas con el movimiento de las plantas y de otras partes del cuerpo. De este modo, el planteo y la solución de los problemas vitales no requería de palabras. Todo se expresaba en una suerte de ballet a base de rápidos movimientos tanto de los pies como del resto del cuerpo. Tenía importancia el color que asumían las plantas, el crisparse de los dedos, la palidez o el enrojecimiento de la piel,. Patrick Williams, un escritor inglés que pasó bastante tiempo en contacto con la Cofradía, comentó que el cúmulo de gestos hacían parecer a los diálogos entre las cofrades, una constante interlocución de bailarines sordos. Por otro lado, los Anales Descalzos, en los primeros párrafos de la obra, es decir, los más antiguos, aseguran que toda mujer descalza debe privilegiar el silencio.
De ese modo, en aquella mañana, los pies firmemente cruzados de Anabella exigían de modo terminante que ambas mujeres manifiesten lo hablado con Benita Garmendia. En tanto, los pasos de bailes de Josefina, movimientos lentos a los costados de su cuerpo, la relevaban de esta demanda y con ello pretendía disculpar la actitud de su cofrade.
Finalmente ambas se retiraron sin que Anabella hubiera obtenido la información. Este hecho separó aún más a Brenda y Magdalena del resto de las cofrades. A partir de entonces, interrumpían conversaciones cuando ellas llegaban y solían cuchichear a sus espaldas
Debes saber, querida Terencia, que un hombre— joroba como es Eufrasio, tiene en sí mismo las posibilidades más tenebrosas junto a las más elevadas.
— ¿Qué intentas decirme, Brenda? El gesto que haces con tus pies, poniendo uno encima de otro, la súbita entonación de tus palabras, me permite suponer que estás por contar algo inconveniente. Sospechas yo puedo escandalizarme con tus palabras. Sabes que mi única exigencia es que no escuchen los criados. Por lo demás, mis oídos están abiertos. Ambas nos parecemos en que nos negamos a la falsa moralina de la sociedad burguesa; en que no admitimos las imposiciones de la iglesia. — A mediados del siglo pasado, en la tercera vez que se emancipara de la espalda de Cristino, Eufrasio vivió en Hungría Allí recibió la iniciación en la comunidad “Noches Negras”. ¿Sabes de qué se trata?— Lo desconozco, Brenda..— Es una sociedad formada por hombres que se han destacado en las artes literarias. Se los somete a una preparación intensa para que ejerzan la Necrografía. Es una práctica que se basa en la profanación de tumbas y la exhumación de los cadáveres para escribir en los pies desnudos de los muertos. Los textos deben ser de una “singular belleza”, como dice el único documento escrito de la sociedad, un compromiso que deben firmar con su sangre. Pueden ser poemas, relatos, reflexiones; la condición es que nunca sean publicados. Sólo serán conocidos por el escritor, el cadáver y un par de testigos pertenecientes a la organización, que garantizarán que el texto no sea dado a la luz. Su destino será descomponerse y desaparecer, siguiendo el sino del cuerpo que les ha servido de soporte.
Terencia tenía en sus manos un pequeño pie de caramelo. Ante la explicación de Brenda, volvió a dejarlo en la bandeja.
— Lo que me cuentas es repugnante. Cuando te pido que hablemos de temas prohibidos, me refiero a lo sexual, a la relación normal entre un hombre y una mujer, no a estas tendencias oscuras y enfermas.— Depende, amiga querida. De vez en cuando llega a esta casa un médico chino que obliga a todos a oler carne descompuesta; al parecer es el aroma indicado para fortalecer los riñones y permitir una vida más extensa y sana. Eufrasio me contó que su primera misión fue escribir en los pies de tres muchachas que acababan de fallecer en un accidente de tren. Los cuerpos no estaban dañados y las jóvenes parecían dormir. Advirtió entonces que lo atraía el aire lejano de los cadáveres. Además, los pies de un muerto, tienen una suavidad similar a la porcelana que fabrican en China. Como si la naturaleza previera que nunca más volverán a caminar. De la observación de los mismos, Eufrasio tomó y desarrolló uno de los principios de la Pedimancia; cuando una persona está por fallecer, sus plantas están grávidas de vida. Las líneas que indican el destino se amontonan unas sobre otras, pero en el momento de la muerte vuelven a ser lisos como los de un recién nacido. En fin, querida amiga, lo que te quiero decir es que la familiaridad de la joroba con los muertos, hacía que Eufrasio se sintiera atraído por aquel cuerpo inmóvil que encontrara en esa destruida Ciudad de las Descalzas. Sé que esta situación puede parecer repugnante a nuestros comunes parámetros acerca del sexo; pero en el caso de la joroba, esto explica que de besar los pies del cuerpo inerte, haya pasado a un abrazo intenso y a otro beso en la boca.
Con un trozo de pastel en la mano, sin animarse a comerlo, Terencia mirará con ojos muy abiertos a su amiga.
—Brenda eso es una perversión monstruosa, penada por las leyes tanto terrestres como celestes. Alguna vez Mesmer se refirió al amor por los muertos, afirmando que cuando el mismo se experimenta, todo está perdido y no hay retorno para el que vive la experiencia…
Terencia se interrumpirá al ver que los cristales mongoles levantados frente a ella, se alzarán; las estructuras emitirán una larga bóveda, hueca en el centro, con un corazón de oscuridad. El globo de luz palpitará un momento en el aire de la habitación, se modelará a sí mismo, formará una silueta femenina y luego se alejará como una brisa por la ventana abierta. Por un momento, las luces dibujarán en el aire una sucesión de cruces y rostros de muertos.
— Con un nuevo beso a los labios de la muchacha, Eufrasio escuchó el rumor de un viento súbito y huracanado. La joven parecía retornar de la muerte y se quejaba, como si estuviera a punto de despertar. En la bolsa que colgaba de su abrigo, y como parte de una serie de implementos que podrían serle útiles en el mundo intermedio, la joroba había llevado tinta y pinceles, muy parecidos a los que usara para escribir en los pies de los cadáveres cuando practicara la Necrografía. La joven dejó de quejarse. Aparentemente se había sumergido otra vez en la muerte. De pronto la giba sentía la necesidad casi erótica de trazar palabras en las delicadas plantas y sus manos temblaron al preparar los elementos. Debes saber que hay reglas precisas para escribir en los pies de un cadáver. El título y una síntesis debe ir en las yemas de los dedos; el cuerpo central del texto se dibuja desde los talones a la almohadilla y los comentarios finales, así como los escolios si es que los hay, van en los flancos y en los empeines. Esto último no es una norma tan rígida. En este caso, Eufrasio tomó como base la cicatriz con forma de pájaro, la réplica de la que tenían los pies de Brenda. Desde ella, como si pudieran volar, las palabras parecieron escribirse a sí mismas, formaron los versos y se extendieron por toda la planta.
Una hora exacta le tomó a la joroba escribir el poema de amor más hermoso que existe. Los versos refulgieron en la noche e iluminaron el edificio. No sólo trasmitían un sentido inmediato, sino que la combinación de las palabras brillaba con una luz que llegaba de la carne y los huesos de la muchacha. El resplandor que producía el poema, se extendía hacia las otras cofrades dormidas, creando en los rostros inmóviles la ilusión de gestos, como si rieran o lloraran al escuchar los versos silenciosos. Aquella escritura animó lo inanimado y fue el inicio de una vida incontrolable.
Luego de hacer unos últimos retoques, la joroba acomodó los pies de Brenda y se dispuso a marcharse. De pronto se arrepentía de aquel impulso que lo había demorado. Si en el mundo intermedio llegaba el amanecer, le resultaría más complicado devolver la vida a su amada.
Los Anales Descalzos establecían que al producirse una discusión de importancia entre dos mujeres descalzas, la misma no podría durar más de veintiocho días, es decir el ciclo de la luna. Brenda, Magdalena y Anabella, que se habían enfrentado en el creciente, tenían más de catorce días para reconciliarse. Para hacerlo, debían enfrentarse a las nueve de la mañana y las doce de la noche — horas rituales señaladas por los Anales — y realizar en ambos casos gestos con los pies en los que se excluyera cualquier desafío.
Cuando la discusión estuviera “contaminada por insultos o por golpes”, los Anales Descalzos aconsejaban ir a la plaza pública y realizar una danza cuya coreografía diseñaba el antiguo libro. En este caso, Anabella lo exigió; aquello se basaba en la profundidad de su enojo. De este modo, luego de las cinco de la tarde, hora en que terminaban los trabajos, se reunieron en la tarima ubicada en el centro de la plaza. Se establecía que en el “ballet de reconciliación” debían estar presentes las principales fuerzas de la comunidad. Llegaron representantes de los druidas, las mujeres calzadas y Java, la cofrade virgen que permanecía debajo de la tierra.
Al principio, las cuatro muchachas descalzas bailaron enfrentadas , pero luego la danza se redujo a Brenda y Anabella. Aunque los Anales establecían que el baile debía ser conciliatorio, ambas compitieron en un intenso contrapunto para realizar los mejores pasos. Finalmente Anabella ensayó la figura llamada “Crepúsculo” que era el equivalente a un pedido de disculpas. Brenda le contestó con otra coreografía conocida como “Amanecer”. Con ella no sólo aceptaba las excusas, sino que también las ofrecía.
Aquello zanjaba la diferencia, y entonces hubo un intento de integrar a Brenda y a Magdalena a la Ciudad de las Descalzas, pero dicen los Anales que el deterioro de la relación continuó; esto no era una disputa pasajera, sino la señal de un cambio profundo que no tardaría en acontecer.
Habían pasado dos meses desde la charla con Benita Garmendia, cuando a eso de las tres de la mañana, las lámparas montadas en las principales veredas del refugio se encendieron. Gritos desgarradores despertaron a Brenda y Magdalena.
— ¡Erick! ¡Erick! ¡No puede ser…!
Se asomaron a la ventana. El rumor y las luces aumentaban. Se vistieron rápidamente y al salir, encontraron en la puerta a uno de los hombres de confianza de Erick el Rojo.
— ¡Ha muerto! — murmuró — Él ha muerto.
Corrieron a la plaza donde estaban reunidas las mujeres de la Cofradía. Algunas se mesaban los cabellos y gritaban con desesperación. De pronto todas hicieron silencio. A lo lejos, un caballo galopaba, trayendo en su grupa el cuerpo inerte del ladrón más famoso de Europa.
Steiner dedica un largo y complejo capítulo a lo que llama la “primera muerte” de Erick el Rojo, episodio de “una simpleza trágica y pasmosa”. La campaña del norte de Italia había sido la más exitosa en la carrera del bandolero. Desde el punto de vista militar, marcó el punto más alto en cuanto a preparación y estrategia de su pequeño ejército. Durante cerca de un año, él y sus hombres acecharon un envío de oro de las arcas reales de Suecia a Inglaterra. Toda la red de inteligencia que se iniciaba en la Ciudad de las Descalzas y se extendía al resto de Europa, estabas alerta. Formada por grupos cerrados, con escasa o ninguna relación entre unos y otros, recopilaban datos que para los miembros no tenían mucho sentido y se los brindaban a los múltiples mensajeros encargados de distribuirlos. Sólo en manos de Erick el Rojo y dos de sus hombres de confianza, estos fragmentos cobraban significación y se podía armar el rompecabezas final.
A pesar del largo tiempo que llevara su preparación, la campaña se desarrolló rápidamente. La caja que contenía el tesoro, viajaba en una pequeña diligencia custodiada por una guardia fuertemente armada. Fueron bloqueados y se produjo una pequeña escaramuza con un intercambio de disparos intimidatorios. No hubo bajas. Los ladrones se apoderaron del oro, maniataron a los guardias, a los ocupantes de la diligencia, y se prepararon para regresar.
Al pasar por un desfiladero estrecho y de un modo inexplicable, ya que era un excelente jinete, Erick el Rojo cayó del caballo, golpeando la nuca contra una roca y muriendo en el acto. Sus lugartenientes, que contaban con algunos conocimientos de medicina, intentaron reanimarlo, pero fue inútil. Tuvieron que declarar la muerte ante la desesperación de todos. Uno de ellos mató al caballo de su jefe clavando salvajemente un machete en el cuerpo de la bestia.
De inmediato llevaron al bandolero a la Ciudad de las Descalzas y los mensajeros se adelantaron para dar la noticia. En el primer momento, algunas mujeres de la Cofradía no lo creyeron. Luego todas cayeron en una crisis de desesperación y dolor. A pesar de esto, Anabella las convocó a la plaza central y habló con firmeza: una mujer descalza no debía abatirse ante la muerte de nadie, ya que en sus pies guardaba la posibilidad de resucitar a quien fuera. Erick el Rojo podría regresar a su puesto entre los vivos si todas hacían un esfuerzo conjunto.
— El dolor y la desesperación no nos ayudan — reiteró — de seguir en esta actitud, sumergiremos a nuestro amado Erick más profundamente en la muerte.
Todas se enjugaron las lágrimas y bajo la dirección de Josefina, realizaron danzas rituales para aumentar la energía de sus plantas y actuar con eficacia sobre el cadáver.
Las técnicas de resurrección eran un complejo y antiguo patrimonio de la Cofradía. Steiner explica que sólo podían efectuarlas aquellas que hubieran “perdido la virginidad de sus pies”. Cumplido este requisito, la posibilidad de regresar a alguien a la vida, dependía de la capacidad personal de la cofrade que ejecutara las maniobras rituales indicadas por la tradición. Dentro de la hermandad existía una escuela a la que llamaban El Árbol Descalzo y en ella participaban todas las mujeres que desearan especializarse en la resurrección. Se reunían junto a una vieja acacia y allí ejercitaban técnicas milenarias con las que mantenían y acrecentaban el método de regresar los muertos a la vida, utilizando tan sólo los pies desnudos.
Los bandoleros no habían tocado el cadáver y lo presentaron a las miembros de la Cofradía tal como quedara luego de la caída. Los ojos de Erick estaban muy abiertos, con una expresión de asombro, como si la muerte le hubiera revelado algo inesperado y terrible. Lo llevaron al salón central del edificio de las Descalzas y lo depositaron en una zona de tierra cruda que no había recibido cemento.
Anabella y Josefina habían participado de la Escuela del Árbol, por lo que se ubicaron una de pie y la otra sentada en el suelo, y colocaron las plantas desnudas a la altura de las caderas de Erick. La zona de la pelvis, más exactamente los riñones y los intestinos, eran los receptáculos que conservaban la semilla de la vida. Al estimularla, fructificaría de inmediato, vivificando el cuerpo inerte.
Una vez ubicadas, las muchachas fueron rodeadas por las demás. A Brenda le ordenaron permanecer en el otro cuarto, ya que sus pies aún permanecían vírgenes, pero pudo presenciar el ritual desde cierta distancia.
Las cofrades entonaron dos himnos antiguos de la Cofradía al ritmo de una música ejecutada por un par de guerreros celtas. Los pies de Anabella y Josefina vibraron y destellaron. A los pocos minutos, de las plantas surgió una llamarada. Ante esto, se interrumpió el ritual y todos observaron con desaliento que Erick seguía sin dar señales de vida. Una gruesa mosca se acercó a la nariz y fue espantada por las muchachas.
El fracaso hizo que resurgiera la desesperación. Josefina volvió a hablar, instando a no perder la calma. Los Anales Descalzos aseguraban que eran pocas las resurrecciones exitosas en el primer intento. Luego de una rápida deliberación, decidieron que debían convocar a las cofrades que permanecían en lo profundo de los túneles. Si bien era importante la destreza de quienes ejecutaran la resurrección, se requería la presencia de todas para lograr el éxito.
Cinco muchachas, desconocidas para la mayoría, llegaron de lo profundo de la tierra. Una de ellas era Java, la carcelera de Brenda durante el secuestro. Apenas pudieron saludarse. La muerte de Erick reclamaba la atención y el esfuerzo constante
Se intentó una vez más. Desde los pies de las jóvenes surgieron rayos, luces y humo, pero el bandolero siguió muerto.
Cuatro mujeres calzadas ayudadas por dos de los lugartenientes de Erick, se presentaron con un grueso atril en el que transportaban a Benita Garmendia. Otras cuatro sostenían los enormes pies y piernas de la sacerdotisa de la Cofradía, quien mantenía los ojos cerrados y un gesto de sufrimiento. Con gran esfuerzo, lograron ubicarla junto al cadáver. Colocaron dos tablas junto a ambas caderas del bandolero y allí depositaron los pies de la Dama. Ella abrió los ojos y con gestos pidió que la ayuden a incorporarse; entonces se dirigió al cuerpo y habló con voz grave.
— ¡Erick, levántate!.
El cadáver siguió inmóvil. Las cofrades continuaban espantando la mosca que procuraba asentarse en la nariz.
Benita acercó lentamente el flanco del pie derecho a la cadera izquierda del bandido Luego de algunos minutos se escuchó otra explosión; el humo fue más intenso que antes y esta vez tardó en disiparse. Erick seguía inmóvil, sin nada que indique que su vida pudiera recuperarse.
— Se ha sumergido en la muerte — dijo sentenciosa Benita Garmendia— Mi arte aislado no puede hacer nada. Debemos recurrir a mi doble, que se encuentra en Turingia. Si enviamos una diligencia con un mensajero, podría llegar en horas de la tarde. Estoy segura que ella podrá resucitarlo.
Depositaron a Erick en una de las camas de la planta baja del edificio central y encargaron a Brenda que se ocupe de espantar la mosca. Si el insecto colocaba los huevos en la nariz o en la boca del difunto, empezaría la putrefacción y se corría el riesgo de que fracasara cualquier intento de resurrección.
La muchacha se sentó junto al cuerpo, agitando un periódico doblado junto a su rostro. Por momentos se detenía para acariciar la piel cerúlea del bandido. Parecía un enorme muñeco de cera congelado. Luego continuaba incansable con su tarea de mantener a raya a la mosca; en los otros cuartos, las cofrades iban y venían, ocupadas en preparar al mensajero para convocar al doble de Benita Garmendia.
Así pasaron las horas. Brenda escuchaba a las demás gimotear y consolarse unas a otras. La joven no podía llorar y tampoco lo deseaba. Sentía que todo aquello era un decorado, una extraña representación que podía terminar en cualquier momento.
Al atardecer llegó el mensajero que enviaran a la cercana Turingia Traía noticias desalentadoras: el hermoso doble de Benita Garmendia había tenido que trasladarse a Brujas. La ciudad quedaba a tres días de distancia, por lo que no había forma de avisarle para que llegue a tiempo.
— De ti depende la vida de Erick — dijo Josefina a Brenda. Se refería a la función de espantar la persistente mosca, un símbolo de la muerte definitiva. Le permitieron usar una mezcla de limón y otros ácidos domésticos que repelerían transitoriamente al insecto.
Cada veinte minutos, las cofrades se reunían en asambleas. En ellas sólo podían participar quienes hubieran perdido la virginidad de los pies. En la tarde se presentó un mensajero misterioso. Brenda no logró oír los comentarios, ya que debía vigilar la mosca.
Al llegar Josefina, la muchacha le preguntó si , dada su condición de virgen de los pies, podría trasmitirle las noticias. Su cofrade miró a todas partes para asegurarse que no la escuchaban e inclinándose hacia ella, murmuró en su oído. “La señora vendrá a resucitarlo”.
— Pero Benita Garmendia ya lo ha intentado y no ha podido…
Josefina con un gesto le pidió que hablara más bajo y aclaró que se refería a la otra señora, con lo que dejó a Brenda aún más confundida.
Una hermosa luna llena entró por la ventana redonda y dio de lleno en el rostro de Erick. A fuerza de abanicos y de aquel jugo de limón, la mosca se había retirado, por lo que Brenda, más tranquila se animó a acariciarlo. Le habían cerrado los ojos y el rostro ya no tenía la expresión crispada del principio. La muchacha escuchó asombrada sus propias palabras: Eres hermoso. La muerte aumenta aún más tu belleza. Recordaba el momento en que clavara el cuchillo en el corazón de Pablo, su novio. Fue en un sueño, pero tenía la certeza de que se trataba de un asesinato real y evocaba la alegría inexplicable, el sentimiento de libertad que sintiera ante su muerte. Era similar al júbilo oscuro que despertaba en ella el cadáver de Erick.
Las demás se retiraron a deliberar en la plaza. La joven escuchó un suave rumor que llegaba desde el pecho del muerto. Al apoyar su pequeña mano a la altura del corazón, la vibración aumentó. Por un momento pensó que estaba vivo, pero la frialdad de la piel, la dilatación de las pupilas y la ausencia total de respiración, indicaban lo contrario.
Brenda sintió que el sueño la dominaba. Un par de moscas volaban un poco más allá y debía estar atenta. En ese momento, el rumor que resonaba en el pecho de Erick, se trasladó a las caderas. Como si pudiera volar, observó todo lo que ocurría desde el techo de la habitación. No se asombró al ver que el bandolero abría los ojos y parpadeaba con un gesto propio de él.
Mi muerte será el inicio de una época oscura — dijo el cadáver — sé que Melvin te desea. Deberías conocer su lecho, reír con él en sentido bíblico. Me resucitarás tú, no la que esperan.
Brenda se escuchó a sí misma preguntar por qué sería ella quien lo regresara de la muerte. La respuesta de Erick fue precisa
Puedes resucitarme porque tú me matarás.
Brenda despertó con estas palabras. Eran parte de un sueño, pero su corazón latía con fuerza. Consternada, vio la mosca posándose en la nariz de Erick. La espantó de inmediato, pero comprendió que ya era tarde. La acción de colocar los huevos en la mucosa era algo instantáneo y no tardaría en iniciarse la putrefacción.
El rumor en las caderas del bandido iba y venía como los acordes de una guitarra. De pronto, Brenda lo vio como una línea luminosa. En poco tiempo, el cuerpo sería devorado por los gusanos. Si ella lograba resucitarlo antes, se salvaría del amargo regaño de sus cofrades.
Apoyó rápidamente sus plantas a la altura de ambas caderas del bandido. Escuchó en sus piernas un chisporroteo y luego rayos azules, violentos, pasaron de sus pies a las caderas de Erick. La explosión alertó a las otras. Cuando entraron a la habitación, Erick respiraba sonoramente y las muchachas gritaron de terror, ante la fija mirada del bandido.
Los visitantes y huéspedes de la Sra Brenda Diermissen, destacarán el carácter distinguido y a la vez alegre de la anfitriona. Capaz de sostener una conversación seria, de gran contenido moral, instaría de pronto a sus invitados a que participen en un juego y se comporten como niños. A pesar de pertenecer a lo más destacado y solemne de la sociedad, se plegarán a su convocatoria y al rato se los verá saltando y riendo. Todos coincidirán en que el carisma de la joven señora “sería irresistible”; en que el tiempo parecería no transcurrir para ella, ya que a pesar de los años, el rostro y la piel continuarían lozanos.
También será motivo de comentarios la sensación común a muchos, de alivio y quietud al atravesar las puertas de la vivienda. Como dijera un viajero bávaro, habitué a aquellas reuniones, ese silencio representaría una paz profunda que imposible de obtener en un convencional retiro espiritual. Al trasponer los muros de la mansión, el visitante tendría la certeza de haber llegado a su hogar. Aunque no volviera a regresar, esa sensación persistiría donde fuera, como si la certeza de la morada íntima se hubiera trasladado al propio interior. Coincidiendo con esto, muchos hablarían de la detención del tiempo dentro de los muros de la mansión. A esto contribuiría el clima propio que siempre habría rodeado la casa. Aunque lloviera y tronara en la ciudad, en el predio de la residencia brillaría siempre el sol en un cielo profundamente azul.
La señora Brenda habría dado la orden estricta de repetir al menos siete detalles de las actividades cotidianas de un día para el otro. A tal efecto, habría colocado una orden impresa en todas las paredes de la mansión. La misma sirvienta, con igual vestido barriendo idéntico tramo del patio; el mozo de cuadra dando de comer a los animales con los mismos gestos, idéntica cantidad de heno; una caminata repetida, con el mismo número de pasos por parte de los criados que debían ejecutar la ronda nocturna. La serie de detalles debía ser dinámica, de modo que los hechos nunca fueran los mismos “para evitar la osificación” De un día para el otro, podían repetirse tres eventos, pero los siguientes cuatro debían ser nuevos. “En la repetición hay que asegurar la creación” decía en letras destacadas en el pie de la proclama firmada por la dueña de casa. Hacía varios años que se había promulgado y desde entonces, los criados la tomaban muy en serio y la cumplían como si se tratara de un deber religioso.
Aquella tarde, Brenda deberá interrumpir el relato que narrara a Terencia y que ya llevara una semana. Una de las cocineras tendrá una crisis histérica (Según el concepto elaborado por el Dr. Freud como explicaría la propia dueña de casa). La mujer gritará, gemirá y se arañará produciéndose largas heridas desde la frente al cuello. El criado Eustaquio se presentará con un remedio tranquilizante que prescribiera el doctor. Brenda lo complementará con una terapia propia. Sacudirá a la criada tomándola de los hombros, y la obligará a ir con ella al sótano.
— La señora la lleva al planetario — explicará por lo bajo Eugenia a la señorita Terencia— Va a mostrarle sus pies a través de unos velos para que el brillo no la dañe; la luz que despiden, la tranquilizará.
La huésped comerá lentamente profiteroles rellenos con crema del Cáucaso, y elaborados con mantequilla de Yac que le traerá en persona la otra cocinera. A través de las ventanas verá el brillo de la caída de la tarde y los cristales mongoles latirán suavemente. Uno de ellos, con forma de túmulo, simulará los movimientos de la masticación.
Brenda volverá pasada una hora. Sus mejillas estarán rojas.
— Querida Terencia, en algún momento deberás conocer el planetario. Pero ahora, si no te importa, seguiré con mi relato.— No solo no me importa, Brenda, sino que te pido que lo hagas. Estoy ansiosa por saber lo que ocurre.— Lo dejé a Eufrasio en el mundo intermedio, en una versión abandonada de la Ciudad de las Descalzas.— Se entiende que fue la Ciudad de las Descalzas luego de la caída de Erick el rojo.— No exactamente. Las cosas no funcionan así en el mundo intermedio. No es algo antes o después de otra cosas. Te diría que sólo hay durantes.— ¿Qué quieres decir?— Momento a momento las acciones de los hombres generan mundos. Mundos que ascienden a la atmósfera. Muchos son representaciones que se disuelven como la niebla de la mañana. Otros persisten un tiempo más y finalmente, un puñado de ellos cae y se instala en el mundo intermedio. Recuerda que Eufrasio estaba buscando a Brenda, quien permanecía en algún punto y agonizaría sin sus pies. Existían cientos de representaciones de lo que fuera la ciudad de las Descalzas. Algo así como matrices para que el viajero onírico las descubra en el mundo intermedio. En el caso de la joroba, se encontró de pronto en esa versión deteriorada, abandonada que se desprendiera de lo que fue el refugio de Erick el Rojo. Quizá en el momento de máximo esplendor de la Cofradía y del imperio del bandolero, alguien pensó en aquella Ciudad de las Descalzas, con sus habitantes muertos o dormidos; las razones por las cuales esa representación fue la que coaguló, la que se solidificó en el mundo intermedio serían muy complejas para explicarlas. Lo cierto es que Eufrasio estaba allí. Que se encontraba junto a esa joven en cuyas plantas había escrito un texto maravilloso y ahora debía encontrar a Brenda antes del amanecer, para colocar en ella los pies que había perdido y de ese modo conseguir su resurrección.
La muchacha dormida volvió a quejarse suavemente. No debía encontrarlo allí en caso de despertar. Según leyes del mundo imaginal, la joroba había llegado a aquel lugar como un viento súbito, cambiando el orden de las cosas; quizá su error hubiera sido romper el hilo que sostenía el pulgar del pie de la chica.
— Brenda, te confieso que ante tu relato persiste mi repugnancia— Terencia tragará el gran bocado de sedosa crema . — Eso es normal. La Necrografía siempre produce ese rechazo. Todos se preguntan qué sentido tiene escribir en los pies de los cadáveres y dejar esos textos maravillosos en la putrefacción creciente de los cuerpos. También se contempla la incineración, pero en uno y otro caso, nadie leerá lo que se escribe. De todos modos, hay un nivel en la Cofradía de Mujeres descalzas, que permite a una cofrade someterse a la Necrografía sin perder la vida.
Al escuchar esto, Terencia esconderá sus propios pies desnudos.
— Esto tampoco lo entiendo. No dejas de repetir que esta práctica sólo se ejerce con los cadáveres. Por eso llevan ese nombre.— Hay ciertas drogas que llevan a las personas a una situación similar a la muerte, donde las funciones del cuerpo se reducen al mínimo, incluso se deja de respirar durante un tiempo. Mira, Terencia, volveré sobre este punto, pero ahora si te parece, seguiré contado lo ocurrido con Eufrasio.
La muchacha abrió de pronto los ojos e intentó incorporarse. Al ver esto, Eufrasio recogió con cuidado los pies de Brenda y retrocedió rápidamente a la zona oscura de la habitación. Allí permaneció inmóvil. Quizá pudiera pasar como una sombra más. La joven terminó de despertar. Sentada en el piso, apartó el cabello del rostro y miró a todas partes. Ya en plena vigilia, las letras que Eufrasio trazara en sus pies brillaron aún más. De sus dedos surgieron sendos rayos que llegaron al techo, proyectando luces intensas.
“¿Dónde estás?” — preguntó ella en voz alta — “Es inútil que te escondas. Acabo de verte en mis sueños…”
Apoyó sus codos en el piso y dirigió sus pies hacia adelante. Los haces que llegaban de los dedos iluminaban el salón como un par de linternas. Eufrasio intentó avanzar hacia la puerta que había quedado entreabierta, pero la luz cayó sobre su rostro encandilándolo. Le pareció verse a sí mismo en aquel sitio alumbrado como una sala de fiestas; encogido, pálido y sosteniendo con fuerza los pies de Brenda contra su pecho. Ella se acercó. Caminaba lentamente, agitando sus caderas.
— ¿Quién eres? — Un brillo leve en todo su cuerpo, y un olor dulzón que surgía de su piel, le indicaron a Eufrasio que la joven había fallecido no hacía mucho y que alguien había atado esos hilos a los dedos para dirigir sus pasos en el mundo de los muertos.
A medida que la joven se acercaba, la joroba retrocedió y se detuvo al llegar a la pared. Ella extendió el brazo y lo tocó. La mano estaba caliente. Te repito, Terencia, que Eufrasio no sentía aprehensión hacia los cadáveres. Es más le gustaba estar entre ellos y entre sus lugares preferidos figuraban los cementerios y las morgues. Él había afirmado siempre que el cuerpo muerto así como todo lo que colocamos en la categoría de inanimado, en algún sentido continúa vivo. Lo mantienen nuestras aversiones, afectos y esperanzas. En la muerte, el difunto reciente tiene profundos sueños en los que se desplaza por regiones desconocidas, antes que comience la disgregación de la mente y del cuerpo. Esta muchacha seguía persistiendo en la vida. . Al escribir aquel colosal poema en sus pies, Eufrasio se había convertido en su mentor, en su guía, en aquel que debía ayudarla a salir del mundo oscuro. “Tú fuiste enviado para conducirme nuevamente a la vida”, dijo la chica como reafirmando todo esto. Era cierto. La joroba había roto aquel hilo tenue que la tenía sujeta a otra voluntad, pero al hacerlo había atado el hilo a sí mismo. Ahora le urgía la resurrección de Brenda; debajo de su brazo, los pies habían vuelto a arder En tanto, en medio de la habitación apenas iluminada por la luna, la muchacha se desnudó para el hombre joroba.
Brenda volverá a interrumpirse. En la cocina se escuchará nuevamente la voz alterada y el llanto de la cocinera. Con sorpresa Terencia escuchará sorprendida algunas frases.
— No puede contar todo eso… Lo que dice es falso…
La anfitriona se disculpará y volverá a la cocina a fin de poner orden entre las criadas. Terencia quedará sola. Una enorme bola se desprenderá de los cristales mongoles. Luego de gravitar unos instantes en el aire, se acercará a ella. Al incorporarse para escapar, recordará que está descalza. Igual correrá hacia la ventana, pero la bola avanzará. Con un enorme suspiro la atravesará por completo, antes de buscar el afuera, la luz del día, el calor de principios del otoño.
Terencia crispará sus manos sosteniendo la pared. En su cuerpo atravesado por esa luz circular, crecerá un intenso calor. La energía que perdiera volverá a ella, y lanzará un gemido de alivio en el momento en que la masa se aparte y se aleje hacia el parque.
Ricardo Iribarren
Código: 1301184391632
Fecha 18-ene-2013 22:19 UTC