"Vamos, despacio,
camina lo que puedas,
pues llegarás".
Eran palabras
de amor y de cariño
para los hombres.
Y las decía
el viento enfurecido
de aquella tarde.
"Llega la noche,
y en ella, con sus sombras
estás seguro".
El hombre, ausente,
seguía caminando
en su destino.
Sangre en la tierra,
y el hielo en las entrañas
era su ajuar.
"No te preocupes,
decía su conciencia,
todo son sueños".
Pero su mente,
un tanto atropellada,
tenía miedo.
Miedo a los hombres
que mienten y enloquecen;
miedo a sí mismo.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/03/22