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Rogério Tuma
S. PAULO (CartaCapital)
El mundo de
los insectos tiene mucho para enseñarle al de los humanos acerca de
algunas cuestiones esenciales para la supervivencia.
Un estudio
publicado en la revista PLoS ONE en septiembre muestra cómo el
castigo severo a los corruptos y la protección y beneficio a
quienes castigan, promueven una sociedad cooperativa y saludable, sin
corrupción.
Cuando miramos
un hormiguero en funcionamiento, lo primero que viene a la mente es
cómo es que una sociedad de insectos consigue ser más productiva y
eficiente que la nuestra. La respuesta es simple: no hay corruptos,
hay reglas y son obedecidas.
La falla en la
sociedad humana es que quien castiga a quien no coopera puede ser
penalizado a causa de una venganza o sufrir amenazas, y termina en
peligro de extinción. Ese costo para quien debe ejercer el
castigo termina causando una mayor tolerancia a la no cooperación de
los demás, y el consiguiente deterioro de la sociedad.
En la gran
mayoría de las sociedades de insectos no hay perdón. Quien no
coopera, es un enemigo, y resulta un sistema judicial de alcance
científico.
Sin embargo,
algunas raras sociedades de insectos permiten que quienes ejercen el
castigo puedan desistir, tal como ocurre en una especie de avispa y
una de hormiga.
Estos modelos se
interpretan como corruptos: en ambos casos, la sociedad se beneficia
de los desertores, porque a cambio de que los toleren, ellos deben
seguir contribuyendo, aunque sea un poco, al grupo.
Los estudios
demuestran que entre humanos la corrupción deteriora los lazos
sociales, fomenta la delincuencia y genera desconfianza en la
estructura jerárquica, reduciendo las inversiones y el desarrollo
sustentable. La corrupción empeora la salud física y mental.
Los
investigadores Duenez-Guzmán y Sadedin entienden que en la sociedad
humana el interés económico promueve el no castigo a quienes no
colaboran, es decir, fomenta la corrupción, y la única manera de
evitarla es promover beneficios financieros al agente castigador y
causar altos costos al infractor.
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Con base en la
teoría de que el castigo por no cooperar puede mejorar
sustancialmente el rendimiento de una empresa, y que es crucial que
los castigadores se libren de represalias y tengan un poder
jerárquico superior -tal como sucede en la sociedad de los
insectos-, los investigadores crearon juegos teóricos con tipos de
sociedades que exhiben diferentes interacciones entre sus personajes:
desertores, castigadores no corruptos, corruptos, y colaboradores.
Los autores
concluyen que la sociedad humana existe con la interacción de todos
esos actores, pero en un equilibrio muy inestable, en el cual la
diferencia entre el poder de los castigadores no corruptos versus la
suma de los desertores más los corruptos, es lo que define el éxito.
Incluso una ligera
diferencia a favor de la honestidad -tal como un puesto superior en
la sociedad para los castigadores no corruptos- puede hacer una
diferencia, ya que la búsqueda de esta posición social mejora la
colaboración de todos contra los corruptos y reduce el número de
deserciones entre los castigadores.
De acuerdo con
el estudio, la ruta de acceso a la rectitud social es una sola: toda
la sociedad debe contribuir gratificando a los castigadores no
corruptos, y necesita aumentar drásticamente los costos para
corruptos y desertores.
Los autores creen
que si la colaboración entre los seres humanos se basara
exclusivamente en el castigo, la corrupción sería universal,
inversamente proporcional a la deserción y directamente relacionada
con el bienestar de la sociedad.
Pero crece junto,
alimenta la delincuencia y empeora el desarrollo.
Por lo tanto, la
sociedad ideal es aquella en la que todos puedan castigar a los
corruptos y deban cooperar; y la peor es
una sociedad donde hay un gran número de colaboradores y el poder
está en manos de los corruptos.
La democratización
y el surgimiento del aparato policial facilitaron la aparición de la
corrupción en la sociedad moderna. Pero las sociedades que han
cambiado el equilibrio tendiendo a la corrección, lograron avances
mucho mayores que las que permanecieron corruptas.
La clave del
cambio es un castigo igualitario, una justicia sin distinción.
Salvar algunos criminales y condenar a otros causa desequilibrio
social y revuelta entre los colaboradores. La mejor salida es la
justicia y no la venganza.