Pedí tu mano,
quería retenerla
entre la mía.
Ambas temblaron,
igual que nuestros ojos
y corazones.
Y nuestros labios
se hablaron "sin palabras",
como en la infancia.
Éramos niños,
en hombres encarnados,
ya casi ancianos.
Era el otoño
dorado de la vida
con sus abrazos.
Y en ese cuadro,
tan bello y admirable,
viví un poema.
Tú eras el verso,
y el junco que vibraba
con el rocío.
Tú eras la estrofa,
de música sin nombre
en mis oídos.
Y yo te amaba,
pequeña mariposa,
en ese sueño.
Rafael Sánchez Ortega ©
13/07/22