Con la inocencia
jugamos a ser otros
en nuestra infancia.
Somos mayores,
pensamos diferente
a nuestros padres.
Queremos vida,
espacios sin fronteras
y un mundo libre.
¡Cuánta utopía,
destilan nuestros sueños
en esos años!
Pero es bonito
vivir de esa manera
que es tan sencilla.
Somos sinceros
en todo lo que hacemos
en ese tiempo.
Aunque se rompan
los sueños de cristal
poquito a poco.
Siempre nos queda
la luz y la esperanza
del nuevo día.
Hasta que un día
el joven, y la infancia,
cambian su rumbo.
Allí se rompen
los sueños infantiles
ante otra vida.
Y se da paso
a un tiempo de tormentas
para las almas.
Se queda el niño
sumido en los recuerdos
y aflora el joven.
¡Dulce inocencia,
qué rápido has pasado,
mi primavera!
Rafael Sánchez Ortega ©
19/03/23