Tercera entrega de Las aventuras del capitán Alatriste, El sol de Breda escenifica las batallas y el asedio de la ciudad de Breda en 1625 por los Tercios españoles en Flandes. El joven vasco Íñigo de Balboa es el narrador, como siempre, pero ahora adquiere en este relato un papel más protagonista: es mochilero del tercio viejo de Cartagena, donde sirve de ayudante a su amo el capitán Alatriste, y empuña por primera vez las armas en el combate. Íñigo será, en esta aventura, testigo del sometimiento de la ciudad por las tropas españolas, y describirá años más tarde al pintor Diego Velázquez, para que los inmortalice en un famoso cuadro, los rostros de los participantes en la batalla: el general Ambrosio Spínola, un respetado guerrero con dotes de político, que abortará el conato de un motín de las tropas, hartas de pelear sin que vean recompensados sus esfuerzos con una paga que nunca llega, y que el general les adelantará de sus acaudaladas arcas o el maestre de campo Pedro de la Daga, despreciativo con sus tropas hasta la crueldad, o el dubitativo capitán Carmelo Bragado y el valiente soldado Sebastián Copons, veteranos todos de las pasadas guerras en Nápoles y camaradas del capitán Alatriste.
Todos conocemos los horrores de la guerra, o al menos creemos imaginarlos si formamos parte de la población mundial afortunada que aún no los ha sentido en sus propias carnes. Sí, no creo que haya duda alguna con respecto a lo catastrófico, fatal e injusto que es un conflicto armado. Pero también creo que a veces, cuando nos vemos sumergidos de la mano del séptimo arte en un enfrentamiento pasado, de esos tan lejanos de los que ya no quedan testigos para rebatir la visión ofrecida del lance, en esas ocasiones un halo de romanticismo parece envolverlo todo: vemos a los soldados como hombres de honor que ponen en riesgo su vida por su Rey, por su patria y todos sus conciudadanos. Hombres fornidos armados hasta los dientes e incluso, ocasionalmente, elegantes. Sí, hay guerras pasadas que aún siendo igualmente durísimas están vendidas con ese brillo artificioso. Cuando leí en la sinopsis de esta tercera entrega de Alatriste que Iñigo y nuestro capitán iban a formar parte de los tercios viejos que asediaron Breda, que iban a ser testigos de primera mano de lo acontecido en Holanda, por un momento imaginé una de esas versiones de las que os he hablado anteriormente; pero no, si has leído los dos primeros libros (reseñas: aquí y aquí) de esta saga puedes prever que lo que Pérez-Reverte nos narra en estas páginas poco tiene de romántico aunque mucho de heróico, eso sí, tal vez no en el sentido ideal que todo el mundo conoce por heroicidad.
Tengo que confesar que El sol de Breda no me ha conquistado como sus predecesores. No he encontrado una trama que me mantuviera pegada a sus páginas hasta conocer el desenlace. Puede que estemos ante la entrega con más acción de cuántas llevo leídas (constantes enfrentamientos, asaltos, amotinamientos...), pero ha sido una acción de las que no me llenan del todo. Supongo que estamos ante una historia de guerra en toda regla, pura y dura, sin miramientos ni sentimentalismos paralelos y... definitivamente, no es mi tipo ideal de lectura.
¿Lo mejor? Las reflexiones comentadas en el párrafo anterior y el guiño final al cuadro de Velázquez. Si es que... lo que más me gusta de esta saga son sus protagonistas, unos ficticios pero otros bien reales, y el paseo que por un pedacito de la Historia de España nos damos de la mano de Arturo Pérez-Reverte.
Muchísimas gracias a todos por vuestros ánimos y muestras de cariño^^No es nada grave ni muchísimo menos lo que últimamente de tiene algo alejada,y además creo que, poco a poco, conseguiré convertirme en una buena malabarista de mi tiempo ;)
¡Muchas gracias por seguir ahí!