Tendemos
a pensar que las bebidas de colores fríos son más efectivas para
saciar la sed.
Anna-Louise Taylor, BBC
Cada quien
tiene una bebida favorita. ¿Pero qué nos hace preferirlas? ¿Están
nuestros hábitos en materia de bebidas siendo manipulados en forma
inconsciente?
Beber es uno de
esos pequeños placeres de la vida, una expresión de lo que
deseamos, de nuestra libertad. Un poquito de abandono en una copa.
Claramente
valoramos nuestro derecho a beber algo que nos gusta. Es la razón
por la que la Ley Seca fracasó en forma espectacular en Estados
Unidos.
Pero me he
enterado de algo que podría quedarse atorado en nuestras gargantas
colectivas: las bebidas que elegimos generalmente no son, de hecho,
de nuestra elección. Aún peor, a veces somos manipulados constante
e inconscientemente para que bebamos algo que otro quiere que
bebamos.
Éstas no son
habladurías de borracho. Es una conclusión que se ha estado
destilando en un número de fríos y sobrios estudios científicos
acerca de lo que influye sobre nuestro comportamiento en materia de
bebidas.
Paleta de
colores
Tales estudios
muestran que nuestras decisiones son influenciadas en forma
subconsciente por todo, desde el color de una bebida, hasta su
nombre, el precio y el ambiente del bar en que la consumimos.
Incluso la
forma del vaso en que la cerveza o el vino son servidos influye en la
velocidad con que bebemos.
Y la industria
del alcohol juega con estos factores. Al hacerlo, juega con nosotros,
dejándonos mareados en el proceso.
Consumo de alcohol en el mundo
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, el consumo
de alcohol para 2005 promediaba 6,13 litros de alcohol puro por cada
persona mayor de 15 años.
El mayor consumo se encuentra en los países desarrollados en el
Hemisferio Norte, pero también entran en la lista Argentina,
Australia y Nueva Zelanda.
Surámerica en general clasifica entre las regiones con consumo
moderado (de 7,5 a 9,99 litros por persona).
Las regiones con menor consumo incluyen países del norte de
África, África Subsahariana, el Mediterráneo oriental, el sureste
de Asia y el Océano Índico, donde un alto porcentaje de la
población profesa la religión musulmana, con altas tasas de
abstención.
A primera vista,
es difícil entender cómo puede deslumbrarnos el color de una
bebida. La ginebra es transparente, la cerveza es color ámbar, el
vino tinto es rojo. La evidencia está a la vista.
Pero el color
de una bebida afecta la percepción que tenemos sobre su capacidad
para aplacar la sed, según un estudio publicado en la revista
especializada Food Quality and Preference Journal. Y esto, a la
vez, puede cambiar según el vaso en que la contiene.
Para probarlo, los
investigadores sirvieron bebidas en vasos de distintos colores.
Cuando se pidió a un grupo de sujetos que escogieran su preferido,
un número significativo optó por vasos azules o verdes. Los
colores "fríos" fueron considerados más efectivos para
satisfacer un cuerpo sediento.
Esto explica por
qué muchas de las mezclas baratas conocidas como "alco-pops"
son azules o verde brillante.
Hasta el hecho de
que el nombre de la bebida incluya un color, como "coctel pájaro
azul" o "azul eléctrico", nos atrae.
Nuestra
percepción del sabor también se ve afectada por un tema de tonos.
Esperamos sabores diferenciados de frutas de colores, como el tomate
en un bloody mary.
Más caro,
¿mejor?
El precio es otro
elemento que podría estarnos jugando una trastada a la hora de
elegir qué beber.
Mientras más
cara cuesta una bebida, más se elevan nuestras expectativas.
Parece natural: si pagamos más por una champaña esperamos que sepa
mejor.
Pero la
investigación científica muestra que esto no siempre es así. Un
estudio de la Universidad de Stanford y el Instituto de Tecnología
de California (aparecido en la publicación National Academy of
Sciences) concluyó que nuestra apreciación de una botella de
vino se ve afectada directamente por cuán costoso nos dicen que es,
más que por su precio real.
Así, tendemos
a creer que el vino caro es mejor, sin importar si en verdad lo es.
Eso nos deja vulnerables a la explotación.
No sólo serían
quienes fabrican bebidas alcohólicas los que estarían jugando un
poco con nosotros, sino también aquéllos que nos las sirven.
La forma de un
vaso de cerveza influye en la velocidad con que la tomamos, según
una investigación realizada por la Universidad de Bristol.
Un vaso curvado
dificulta percibir cuánto líquido queda adentro, así como darse
cuenta de cuándo se ha tomado más de la mitad. En consecuencia,
bebemos más rápido.
Otro estudio
encontró que los vasos cortos y anchos producían un efecto similar.
Con éstos es más
difícil juzgar el volumen, así que servimos más en ellos que
cuando usamos copas delgadas y altas.
Del mismo modo,
complica controlar el ritmo de bebida. De hecho, hace que uno se
pregunte quién está marcando ese ritmo, si uno o quien fabricó o
sirvió el vaso.
También
bebemos lo que oímos
Pero los "manejos"
de nuestro amigo el barman no terminan allí.
Algunos locales
lucen descuidados, apenas un montón de mesas y sillas desperdigadas
anárquicamente, y nos encantan por su "carácter".
Otros responden a
un diseño cuidadoso, con paredes pintadas de cierta manera, videos y
música.
Suele no tratarse
de una casualidad, porque el ambiente de los sitios donde bebemos
afecta cómo bebemos. Dueños y diseñadores lo saben.
Un estudio
publicado en la revista Food Quality and Preference mostró que tocar
música latina impulsa inconscientemente a la gente a escoger bebidas
que "suenan" latinas, como piña colada, margarita o
cerveza.
Los bares que
parecen "fríos", por ejemplo, gracias a un video de un
iceberg proyectado en la pared o a muebles azules, nos hacen optar
por bebidas calientes, como café, té o chocolate.
Prácticamente
no hay escape. Beber en casa, lejos de estas influencias ubicuas y
penetrantes, implica ir al supermercado o licorería por nuestra
bebida favorita.
Los dueños de
las tiendas colocan el alcohol estratégicamente en las estanterías
para llamar nuestra atención y limitar nuestras opciones.
"Se ha
convertido algo común la venta de vino junto a comidas de microondas
o en los refrigeradores de comidas listas para llevar", dice una
organización británica dedicada a enfermedades del hígado, British
Liver Trust, en un informe sobre alcohol.
"Esto envía
un mensaje subliminal al trabajador ocupado o al comprador, en el
sentido de que podría -y que de hecho es normal- consumir alcohol
con la comida. 'Vamos, has tenido un día duro, lo mereces', dice",
señala el informe.
Según
el centro que monitorea el mercado de alcohol en Europa, la
manipulación ahora se está extendiendo a los niños.
Fabricantes
de bebidas están añadiendo sabores alcohólicos a comidas
destinadas a menores de 18 años.
La
idea es que se familiaricen con el sabor. Y al asociar así marcas
con gustos, los fabricantes crean lealtad hacia marcas de alcohol
mucho antes de que se hayan iniciado en el campo de la bebida.
¿Brindamos por
eso?