Aquellos días,
preciosos, de la infancia,
no los olvido.
Aquellos ratos.
vividos, en las aulas,
no los olvido.
Aquellos ojos
leyendo mis poemas.
no los olvido.
Aquellos labios,
temblando y suspirando,
no los olvido.
Aquellas manos
de seda, que cosían,
no las olvido.
Aquellos dedos,
dejando sus caricias,
no los olvidos.
Aquella voz
que inquieta me llamaba,
nunca la olvido.
Y la persona,
paciente de mi madre,
sigue en mi pecho.
Por eso añoro
y vuelvo a esos recuerdos
que guarda el corazón.
Rafael Sánchez Ortega ©
12/11/25