Tuve un profesor de arte que siempre que hacíamos un dibujo que nos entusiasmaba o gustaba en exceso, nos obligaba a alejarnos, a perderlo de vista durante horas e incluso durante días. La vista se acostumbra, perdías totalmente la perspectiva y la objetividad, de tanto mirarlo. Estabas tan metida en ello, con la nariz tan pegada al papel, que los fallos y las imperfecciones se tornaban invisibles.
Nos obligaba a dejarlo estar completamente, y a volver a él después de un tiempo. Empezando por mirarlo desde lejos e ir acercándonos poco a poco, con mimo, de nuevo. Y funcionaba rotundamente, después de aquel tiempo había defectos que antes no se veían, había sombras mal hechas y líneas torcidas, cosas que arreglar. Sabíamos qué hacer para perfeccionarlo al máximo. Nos recordaba siempre la importancia de saber tomar distancia, la importancia de aparcar la subjetividad al máximo.
No recuerdo mejores clases que aquellas...
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