El minuto ideal para desesperarte. Un tiempo demasiado idóneo para ir a comprar un capricho de una lata de cerveza. Cuando la cola está a reventar de gente va consumiendo tus ganas y desesperación en ese mismo momento. Las palabras dejan de salir por la boca para ser esclavas ante la eminencia de mi mente. Ante su amenaza. Viven por morir ancladas a ser felices… libres. Mientras todas las demás filas avanzan con paso ágil, la tuya permanece callada, lo más quieta posible. Y ni el número de objetos para comprar tiene nada que ver con ello. Es demasiado subreal para afirmar lo que ven tus ojos y perciben el resto de los sentidos. Es infinitamente proporcional a tu desesperación. Alzas la vista y observas a quien da vida y precio a esos objetos pero, sólo ves a una sombra llevadera en pausas. El enemigo de las prisas, la rapidez, el tiempo. Tu cabeza gira en ambos lados buscando algo mejor aunque permaneces en el sitio al haberlo encontrado ya, por miedo a ir más rápido en tu ausencia. Por miedo a Murphy. Cada vez gira a más velocidad y constancia. Se aprecia cómo se inclinan tus labios y se colocan debajo de la dentadura superior en señal de haber avanzado un grado más de desesperanza. Al fin, se mueve. Tus ojos brillan de alegría por ver que el próximo turno será tuyo… pero, no. Exactamente tardas lo mismo en avanzar y prosigues con tu ritual, salvo que esta vez lo experimentas desde un paso menos para llegar a lo que se podría considerar tu meta en estos momentos. Observas un par de minutos a tu alrededor y ves que toda tu fila, se encuentra igual o, al menos, lo aparenta. Se cansan las rodillas y por inercia se doblan sin darte cuenta, se asfixian. Mientras sois dobles de vuestro cansancio, ves cómo personas que acaban de depositar sus productos encima de la cinta corrosiva de supermercados, se alejan de allí haciéndonos sombras. Aún te quedan tres puestos más del tuyo por llegar a tu correspondido lugar y huir. Huir de un mundo distinto al que creías haber entrado, peor que el infierno. Pero hasta entonces, haces tiempo, pierdes aún más tu tiempo. El ritual se prolonga por unos instantes más. Otro paso, más lento. Otro paso, algo ágil. Sin creerlo, emocionado, avanzas. Estás a un paso de entablar conversación con la cajera cuando se ve a la otra persona ser ya una sombra junto con las bolsas recicladas de su casa. Vuelves a mirar como si hubieses cometidos un delito y te haces el inocente. Das en mano tu artículo, lo coges y en menos de un simple minuto, estás fuera. 9 P.m, un dolor tan desesperante y exuberante de haber perdido parte de una tarde llena de pasión por encima de las letras. El botón automático de ir a hacer la compra.
9 p.m