Me contaron muchas veces que el amor se multiplica. Toda madre con más de un hijo afirmaba que así era. Una explosión de amor que inundaba cada rincón del hogar. Un corazón que daba para todos.Me sentí decepcionada. Y después culpable. Al calmarse la euforia inicial, mi amor, aunque sí bien había crecido, no desbordaba. No sentía esa fuente que podía regar a cada miembro. Mi sensación era más bien la de no alcanzar. Me sentía continuamente dividida, no en atención, sino en cariño. Que es mucho más sutil y delicado. Mi amor por ellas no se había multiplicado, así de golpe, no podía dar de mí a las dos en la medida que cada una demandaba. Mi amor, aunque era inmenso, aún lo eran más mis expectativas. Mi amor, miraba aturdido lo que estaba sucediendo, desorientado. Mi amor, se compartía.Estuve rabiosa por este sentimiento que identifiqué como hostil. Y aunque me molestaba que ocurriera, lo cierto, es que en mi interior algo me indicaba que era una emoción válida.Me costó asumirlo, porque no está bien que una madre no sea abundante en todas sus facetas, porque de algún modo, supe que me había quitado el disfraz impuesto de mujer para habitar el de madre. Y eso me hería. Admitir que elegía me partía el corazón hasta que asumí que ese dolor provenía de lo que se esperaba, o esperaba yo, que debía ser.Ahora, trascurrido un tiempo, me encuentro bien con mi entrega. Es un amor que se extiende a cada una en función de cómo me vinculo con ella. Es un amor adaptado a cada cual y, por tanto, un amor distinto, como ellas. Es un amor que sabe agitarse y hacer ruido o guardar silencio y acariciar mirando. Un amor que se mantiene latente para resarcirse más tarde. Un amor que aprendió a mirarse a sí mismo y permitirse espacio. Sin culpa ya.Ese amor, incondicional y diligente, que siento inherente al hecho de ser su madre, también es sacudido por el vaivén de la relación. Y una no se prepara para el momento en el que un aspecto de su hija le desagrade, para que se prolongue en el tiempo, creando una situación que no sepa manejar porque acaba desequilibrándome. Ahora que comprendo la fuerza de ese amor avanzando en la adversidad. Ahora puedo aceptar ese amor que fluye lento o a raudales y puedo honrarlo. Ahora ya me siento bien en mi piel.Dejo caer un mito más para mí. Porque también debo despojarme de los mitos hermosos, de los aceptados, de los que gusta alimentar.Mi amor no es finito, no, pero tampoco se construyó fuerte así de repente. Hay que mimarlo, como cualquier amor. Manteniendo los ojos bien abiertos y las palmas hacia arriba para apreciar los detalles que me inundan. Ellas me hacen más real. Me enseñan a decir "ven" y a decir "basta". Y las amo. Así, con lo que doy de mí, compartiéndome.Si me preguntas, no te diré que se multiplicó. Sería demasiado sencillo resumirlo así. Te cuento que es muy grande, muy profunda, nuestra capacidad de amar. Y esa misma capacidad es la que nos engrandece.