A la misma hora, en el mismo lugar.

Publicado el 20 agosto 2010 por Julio

Se colocó el abrigo y fue a mirarse al espejo que había al lado de la puerta principal de su casa. Muy seria se miro a los ojos, realmente estaba bella. Siempre se colocaba su mejor ropa todos los martes por la tarde. Era el único día que se maquillaba y volvía a sentirse esa mujer joven que en algún lugar de su cuerpo aún estaba palpitante.
El martes era el día que todo lo que la rodeaba desaparecía y emprendía un viaje que ya era rutina.Con sus 74 años a la espalda salia de su casa, siempre a la misma hora, siempre con el mismo sentimiento acompañándola, siempre con las lágrimas a punto de salir de sus ojos. Caminaba muy despacio por la calle, pensativa, con la mente en esos recuerdos que se la acumulaban en la cabeza y solo ese día dejaba que la invadieran, que la manejasen. Hoy era el día de dejarse llevar por su memoria. Siempre cruzaba las mismas calles, las mismas casas, las mismas aceras, las mismas visiones de lo que un día vivió con la persona por la que se ponía en marcha todos los martes de su vida. La persona a la que iba a visitar. Una persona que amó y ya no estaba acompañándola en su vida.Las siete de la tarde en punto, siempre a la misma hora cruzaba la puerta del pequeño cementerio de su pueblo y siempre miraba como el aire mecía las copas de los arboles, deleitándose con su danza y con el silencio y la quietud del lugar. Quieta viendo los pájaros refugiarse del frío, mirando el horizonte. Solo entonces una sonrisa enmarcaba toda su cara. Se sentía feliz en cuanto cruzaba esa puerta, era el único momento de felicidad que la quedaba desde la muerte de Miguel.Con el vivió una historia muy apasionada. Las circunstancias hicieron que los comienzos fueran muy difíciles, siempre escondiéndose para dar rienda suelta a toda la pasión que les quemaba las entrañas. Siempre hubo pocas palabras entre ellos, era un amor visceral, casi primitivo pero muy profundo y eterno.Se sentían a lo lejos, solo les hacia falta cerrar los ojos para sentir el roce de las manos y que un escalofrío profundo les naciera en los más profundo, hasta que la piel se pusiese roja de deseo. Eran como esos gemelos que piensan y sienten idéntico. Las ganas del otro les devoraba por dentro, se había adueñado de sus vidas. Viviendo siempre al filo, su historia fue larga. Solo la trunco el desgraciado accidente que tuvo Miguel un día que iba a recogerla justo detrás del cementerio que en esos momentos se encontraba ella. Un fatal accidente que le arranco la vida en el instante que el otro coche choco contra el suyo. En su mente solo la imagen de la mujer que le estaba esperando sola, casi escondida entre los matorrales, esperándolo con una inmensa sonrisa.Y así es como ella quedo toda esa noche. En el momento que pasaba las siete de la tarde y ella no vio el coche de Miguel a lo lejos, supo que algo realmente grave había pasado. Inmutable siguió en la misma posición durante horas, mirando el horizonte, intentando mantener esa sonrisa que ya se estaba convirtiendo en una mueca dolorosa, mueca que mostraba como su corazón se iba arrugando poco a poco. La encontraron por la mañana, en el mismo lugar, en la misma posición con la cara surcada de lágrimas. Desde ese día todo en ella murió, no la hizo falta que nadie la dijera nada para sentir que es lo que había ocurrido.Catorce días después del accidente, una tarde, por sorpresa para su familia, se levanto de la cama, fue a su armario, cogió el mismo traje de aquel día, se maquillo y se marcho sin mediar palabra, un martes a las seis y media. Nadie la pregunto por que se iba siempre los martes a esa hora, todo el mundo creía que algo se había roto en su cabeza. Nadie jamas la pregunto que es lo que hacia ese martes 17 de octubre tras las murallas del cementerio. Simplemente la abandonaron sin saber que ella es la que realmente abandono a todos, a sus padres, a sus hermanas, a su marido, pero nunca a su hijo. Hoy seis años después, tres minutos pasadas de las siete de la tarde, con la cabeza bien alta, una sonrisa en la boca, se dirigía feliz a la lapida de su verdadero amor. Le quito las flores secas, limpio con la manga la fotografía de la persona que la miraba a los ojos, y le colocaba las flores nuevas que portaba en la mano.Solo dos frases salían de su boca todos los martes frente a la tumba de Miguel.-Cada día me resulta más difícil mirar a la cara de mi hijo, es igual que tú.-Aún te sigo esperando............Después de decir estas dos frases, se daba la vuelta y regresaba a la parte trasera del cementerio. Se sentaba en una piedra y miraba fijamente el horizonte, completamente feliz, esperaba y esperaba. Todos los martes por la noche, el que la recogía no era Miguel, era su marido con cara asustada, sin saber que la pasaba a su mujer.Montada en el coche, de vuelta a casa, antes de dejar de divisar el cementerio, pasaba la mano por la ventanilla y mientras lanzaba un beso al aire y las lágrimas corrían por sus mejillas, mentalmente se decía:-A la misma hora, en el mismo lugar........





Historia inspirada por la desconocida que vi atravesar la calle en dirección al cementerio a las siete de la tarde portando un ramo de rosas blancas.....