Revista Literatura

A la sillita, la reina... (Ejercicio del Taller de Arianna Squilloni)

Publicado el 11 marzo 2010 por Ninocactus

Llegó por la mañana, a última hora, justo antes de los preparativos para la comida.La trajeron dos hombres vestidos de gris. Aunque hubiésemos vivido en un décimo piso sin ascensor, uno habría bastado. No para ella. Hicieron falta dos porteadores enfundados en monos de trabajo con grandes letras plateadas a la espalda que rezaban: ANTIGÜEDADES MATUSALÉN. Todo con mayúsculas.

-Florence. Mademoiselle Florence.

Así dijo llamarse. Una silla de caoba de finales del XIX, con finísimas incrustaciones en palisandro. Una auténtica obra de arte, se quejaba constantemente, rodeada de palurdos con corazón de aglomerado. Y ese era el insulto más suave. Según ella, todo estaba mal: la temperatura, la intensidad de la luz, la humedad ambiente... ¡Qué silla tan malcriada e insoportable! Era preciso pararle las patas.

La idea se le ocurrió a la mesa del saloncito verde. No lo digo por culpar a nadie, sino como reconocimiento a nuestra salvadora. El plan era arriesgado. Alguno de nosotros podía resultar herido pero no nos importó.

Al conde le gustaba sentarse en Florence después de las comidas y paladear una copa de brandy mientras fumaba un purito. Amaba el buen comer. Su prominente barriga lo demostraba. Decidimos atacar por ahí. Las bandejas dieron orden en la cocina de preparar los más suculentos platos. Guisos contundentes, pescados con salsas exquisitas y pasteles interminables se sucedían día tras día llenando todas las dependencias de la mansión con aromas irresistibles.

Tres meses después, el conde había aumentado cuatro tallas de pantalón y se movía con dificultad. Temimos por la salud de nuestro dueño, por eso nos dimos un ultimátum: si en el próximo almuerzo no lográbamos nuestro objetivo, asumiríamos la derrota.

Fue una auténtica fiesta. El salón brillaba como nunca. Utilizamos la vajilla reservada para ocasiones especiales. El conde estaba encantado. Al acabar, tomó su copa y se acercó hasta Florence. Se dejó caer exhausto por el banquete. Todos escuchamos crujir la madera. Las juntas estaban ya sueltas y no resistieron. Una de las patas se quebró. Por un momento nos sentimos culpables. No duró mucho. La chirriante voz de aquella silla presumida comenzó a lanzar improperios. Se acordó de los antepasados de cada mueble. Nadie la escuchó, estábamos demasiado ocupados en celebrar nuestra victoria.

Al día siguiente comenzó la dieta.


NiñoCactus


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