A las puertas

Publicado el 16 marzo 2011 por Onomatopeyistas

— ¡Hombre, el que faltaba! A ti te quería yo ver.
— Pues sí, aquí estoy, qué tal.
— ¿Cómo ha ido el viaje?
— Bien, bien. Y tú debes de ser...
— San Pedro. Mucho gusto.
— ¡Ah, San Pedro! Vale. Tú debes de ser el de la mansión en Roma, ¿verdad? Me han hablado bien de ti.
— Gracias. Pero no te pierdas en halagos. Por lo que veo aquí no has trabajo muy bien el tema religioso estos años, ¿ver? ¿Y ahora qué hacemos, macho?
— Es que pensaba...
— Ni pensaba ni pensaba. Veamos... Por aquí pone un “no existe” hace cinco años, un “no creo en seres imaginarios como tampoco creo en los elfos” hace dos y una charla de sobremesa hace tres meses en la que te posicionaste a favor de la teoría de la evolución. Bine. Pues aquí estás macho, en el cielo. ¿Qué te parece?
— No sé, yo... yo nunca hubiera imaginado que toda esa gente tenía razón, ¿sabes? De verdad, la cosa no parecía muy lógica. Pero sí, ya veo, ¿vale? Ya veo que existe el cielo y todo eso, os ha quedado muy bonico.
— Pero espera, espera. No te vayas a confiar, muchacho. Que las cosas en la vida no son tan fáciles. Organizamos visitas guiadas, de vez en cuando, para los infieles. Por eso del regodeo. Es genial la cara que se os queda a todos los ateos. Tú, majo, te vas para allí abajo ya mismo.
— ¿Cómo? ¿De verdad? ¿En serio? Por favor. Me arrepiento de mis pecados. De verdad. Me arrepiento de todos ellos. Perdón por no poder evitar echarle un ojo a los anuncios eróticos de internet. Perdón por el tabaco y todo eso. Los vicios, las comidas copiosas, el sexo placentero, las borracheras y la literatura. Perdón por todo aquello.
— Pero hombre, no ardes por cosas así. Tú arderás por blasfemo. ¿No es una palabra genial? Blasfemo. Y por jurar en nombre de Dios, claro, por mentarlo y muchas cosas más.
— Pero no se ponga usted así, San Pedro. Que todo eso era de broma. Quiero decir, una vida es muy larga, ya sabe, y a veces uno no piensa y...
— Ya lo creo que usted no pensó. No pensó bien, en verdad. Tanto cine español, tanta ciencia, tanto Punset y tanto Nieztsche. Pues verás la vida que llevan todos esos allí abajo.
— ¿Y les hacen cosas malas?
— Ya lo creo.
— ¿Y quienes se las hacen no incurren en pecado?
— Claro, pero allí abajo no hay ley. Solo brasas y calor.
— La verdad es que yo siempre lo he aguantado mejor que el frío. ¿Y quién más dice que hay por ahí?
— Pues... Hitler, Marx, Julio César, Maradona y todos esos.
— Vaya, siempre quise conocer a Julio César. Preguntarle cuál cree que es la mejor pizzeria de Roma o si comulga con el catenaccio. La cosa no pinta tan mal... Pero, espera. ¿Maradona?
— Chaval, hay gente esperando, ¿sabes? No eres el único ateo en el mundo. Corre, ponte ahí, donde esa rendija.
— ¿Por ahí me vas a tirar?
— Sí.
— ¿Y cuánto se tarda?
— Pues con los nuevos desarrollos hemos conseguido acortar las horas de trayecto. En cincuenta minutos estás descargando las maletas.
— ¿Y al llegar allí por quién pregunto?
— Por Jaime.
— ¿Jaime? Pues vaya nombre para un jefe del infierno.
— No es el jefe del infierno, es tu compañero de habitación.
— ¿Y sólo hay un Jaime en todo el infierno?
— Sí.
— Vaya, debería haberle dicho que me llamara Jaime.
— No, eso sería estúpido.
— Ya. Bueno, va, dale.
— ¿Listo?
— Sí, qué remedio. A fin de cuentas no puede ser peor que la muerte. Ah, y me gustan tus llaves. De verdad. La cadena por fuera se lleva mucho.
— Gracias. Bueno, a más ver.
— Encantado.