Irene iba a decir en esa jornada quién haría el papel de Luna. Por algún extraño motivo la elección se estaba retrasando un par de días. Media hora antes de empezar, escondidos en el Cantabell frente a una Coca-Cola light, dos cervezas, dos cafés y un agua, se multiplicaba la inquietud al mismo ritmo que nuestros inventos. La extravagancia en los montajes precedía a nuestra directora, así que podía pasar cualquier cosa.
He decidido que la Luna sea... ¡Mayo!
Aplausos, risas, ¡jooorrr!, ¡pecadora de la pradera!, escándalo. Mayo, grandota de 1.85, imitadora repetitiva del humorista Chiquito de la Calzada y un pozo sin fondo de chistes con ingleses, alemanes y españoles. ¡Flamencaa! Risas. ¿Mayo, la Luna? Se hacía imposible imaginarla.
Mira qué bien, pues este texto me ha tocado en la prueba de acceso en junio de Arte Dramático. ¿Ah, sí? ¡Trampaaa! ¡¡Traampaaa!! le gritamos a coro.
Silencio ya. ¡A trabajar! responde gritando Irene.
Al final del ensayo, por ser el más reciente, toca ver el trozo de montaje de la Luna.
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
sobre su espalda de jaspe,
el agua de los estanques.
mis mejillas roja sangre,
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada,
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
¡Caliente, que se derrame
por los montes de mi pecho;
Contenemos la respiración. Empalidecimos.
Y después, ¡bravo!, ¡bra-vooo! aplausos interminables, risas nerviosas, tragar saliva.
¡Hasta mañana! indica Irene.
Salimos felicitando a Mayo entre gritos, qué cabrona eres, joder qué impresión, venga vamos a tomar algo.
Volvemos al Cantabell.