Ayer, casi ayer mismo, fui madre por primera vez. Hoy, te escribo esta carta, amor, para decirte lo que siento por ti. Sé que no es necesario, lo sé, pero quiero hacerlo, permíteme contarte...
Han pasado casi dieciocho años desde que llegaste a mi vida y aquel día sigue vivo en mi memoria, como si fuera hoy. Te confieso que, antes de sentirte dentro de mí, yo no tenía instinto maternal. No me gustaba coger en brazos a los bebés e incluso ciertas personas, de cuyo nombre no quiero acordarme, me echaban en cara esa insensibilidad, esa carencia de sentimientos hacia los niños. Reconozco que, en cierto sentido, era cierto que los bebés ajenos no me llamaban demasiado la atención y que nunca fue cariñosa con los niños pequeños, pero yo imaginaba que el día en que fuese madre, todo cambiaría. No me equivoqué. Cuando te sentí por primera vez creciendo en mi vientre, en ese instante, en ese mágico momento, algo en mí cambió. Fuiste mía y yo tuya desde el momento en que llegaste a mí.
¡Menuda deportista, qué patadas dabas! Incluso llegué a pensar que eras un chavalote y que ibas para futbolista o karateka a lo Bruce Lee. Cuando nos dijeron que eras una nena, dejé la elección de tu nombre a tu padre y por eso te llamas Noelia. Me gusta tu nombre, pero tal vez la vida te hubiera puesto otro si tu madre hubiese sido otra mujer, una más valiente y no la que era cuando te concebimos. Pero eso, cariño, es otra historia...
Hemos vivido mucho desde aquel día en que viniste al mundo, un mes antes de tiempo, cansada ya de estar dentro de tu madre y con enormes ganas de ver el mundo.
Naciste un frío día de febrero y, al regresar a casa, hiciste salir el sol. Desde entonces, sus rayos iluminan nuestra casa. Tú eres mi sol y el motivo por el que me levanto cada día. Tu hermana y tú sois quienes dais sentido a mi vida, pero hoy toca hablar de ti, es tu momento, Noelia.
Tienes el maravilloso don de hacer todo inolvidable, de iluminar con tu sonrisa los días grises, de poseer la facilidad de hacer lo difícil sencillo. ¡Qué fácil es quererte!
Sin darme cuenta, sin darte cuenta, eres una maravillosa mujer y yo una madre feliz y orgullosa por ver en quién te has convertido y dichosa porque me dejes compartir tu vida.
Son las pequeñas cosas, ya lo aprenderás y la vida se encargará de demostrártelo, las que hacen los días especiales, al mundo girar con alegría, a la vida ser hermosa, esas pequeñas cosas que vas descubriendo cada día. Cuando tu rostro se entristece, me encargo de recordártelo y sé que, algún día, verás la magia de lo pequeño, como ahora lo hago yo.
Hace poco me diste las gracias por hacerte como eres y hoy me toca a mí dártelas a ti por hacerme mejor persona. Te amo, por encima de todo y de todos, y mi único deseo es verte brillar, como hasta ahora. Jamás vi estrella más brillante y ni luz más cegadora que la que hay dentro de tu alma. Un pedacito de mí vive y vivirá en ti y parte de mi corazón será tuyo para siempre, y no se perderá en la inmensidad de la nada. Te pertenezco.
Y esos días, menos azules, que vendrán a privarte de la calma, serán lágrimas que desaparecerán pues yo me las llevaré conmigo, al abrigo del cariño que te tengo, siempre en ti, siempre cuidándote, siempre tuya.
Días vendrán, sí, pero yo los alejaré porque te hice fuerte, como tú a mí. Durarán poco, seguirás el río y llegarás a tu meta y sonreirás. Eres una mujer valiente, aunque ahora no lo sepas. Valiente como yo, que al fin lo descubrí, después de tantos años creyendo no serlo.
Hoy toca celebrar tu llegada al mundo, toca darte una vez más las gracias por existir.
Feliz despertar a la vida, mi amor.
Te quiero.