No necesitas morir para que te lleve dentro.
Es curioso, porque algunos creen que solo los muertos se convierten en viento.
Sin embargo, afirmo que mi viento y mi brisa tiene piel, con la penitencia, alegremente cumplida, de saber que no es suyo el cielo.
Me diste tanto la paz como la fuerza para afrontar lo turbio que me mata. Dentro me mostraste que estaban, solo faltaba la mano y el aliento para encontrarlas.
Acero me entregaste, en una busqueda continua entre el dolor que me rompía. Lo que nadie hizo, tú hiciste sin contrapartidas. Sin un milímetro de piel desnuda, sin un jadeo, sin un gemido. Nada. Solo tú y el deseo de que el azul llegara.
Y primero fue el añil, pero un día llegó glorioso ese azul cielo infinito, saltando esas nubes grises, ramas etéreas de un espeso bosque de dudas.
Y aunque, rebelde, el gris regresa en ciertos días, cuando no puedo parar la tristeza y me pregunto y ninguna respuesta hallo, siempre estás tú, enseñándome quién soy. Para que no lo olvide.
Eres viento, no cabe duda.
A mi mejor amigo.