Revista Talentos
A propósito de Mandela
Publicado el 12 diciembre 2013 por PerropukaEs notable la cantidad de mandatarios y personalidades que acudieron a los funerales de Nelson Mandela. Incluso enemigos de toda la vida, como Cuba y EEUU, coincidieron en los actos y se dieron hipócritamente la mano. De ahí que sorprendió que Su Excelencia no haya acudido presto a Sudáfrica en su rapidísima aeronave, él que se desvive por llevar su antorcha de los pueblos oprimidos a cuanta cumbre, así sea de artistas revolucionarios, se celebre en algún rincón del planeta. Tenía la oportunidad de oro para despotricar en las narices de los gobernantes más poderosos y obtener otra victoria moral de las tantas que atesora a lo largo de su feliz reinado de ocho años.
El líder mundial antiimperialismo y reserva moral de la humanidad, en su infinita humildad, se justificó diciendo que no había viajado por “falta de coordinación e información”, cuestiones de su apretada agenda, me imagino, no le hallaron hueco para un evento tan importante. Desde Pretoria deberían haberle avisado con antelación que Mandela iba a dejar este mundo en cualquier momento. Seguramente, por falta de información le metió nomás el comentario de que si Obama quería rendirle un homenaje al fallecido debería “sacarle de la lista de terroristas”. Como se sabe, Mandela ya no estaba en la lista negra de los yanquis desde el 2008, o sea mucho después de que fue liberado e incluso de haber sido proclamado presidente de su nación. Y que ahora Bill Clinton y George W. Bush hayan presentado sus respetos al difunto merece la palma dorada de la hipocresía. ¿Podrán alegar también falta de información y coordinación por no haber obrado en su momento y hacerle justicia al gran líder sudafricano?
Precisamente cuando coleccionaba yo un rosario de lamentos y otras declaraciones de los cortesanos de Palacio Quemado, más adoloridos por la invaluable ausencia de S. E. en el velorio que por la muerte misma de Mandela, recordaba varios artículos en los que se llamaba la atención sobre el hecho curioso de que Evo nunca le haya conocido personalmente, ni aunque sea para estrecharle la mano. Cosa extrañísima para alguien que supuestamente se inspiraba mucho en la experiencia sudafricana y que, no pocas veces, fue comparado como su equivalente en Latinoamérica. A pesar de los intentos esforzados de Evo para “reunirse con Mandela” como aquel había anunciado con todo entusiasmo, sin embargo, éste nunca le hizo hueco en su agenda de jubilado. Al final, trascendió la idea de que Mandela, viejo lobo de mar, no tenía tiempo para figurones e impostores. Mucho peor después de la cobarde paliza que el régimen de etiqueta indigenista propinó a indígenas amazónicos en septiembre de 2011. Evo tuvo una vez más, la oportunidad perfecta en la Cumbre Climática de Durban en diciembre del mismo año, mucho más al considerársele “referente mundial de la protección del medio ambiente”, que no es poca cosa, bah. Pero no fue, porque intuía en el fondo que corría el riesgo de ser repudiado por los movimientos sociales allí reunidos.
Así las cosas, me pregunto si todavía habrá gente que persista en su empeño de equiparar al cacique sudamericano con el estadista africano. Al extremo de haber pedido el premio Nobel de la Paz también para Morales, para que la cosa quede empatada. Si personalidades como Pérez Esquivel se sumaron a la campaña millonaria por la causa evista, no me extraña que plumíferos de todo el mundo hayan dedicado incesantes loas y sesudos análisis a la gran labor del “mejor presidente de la historia de Bolivia”; la Bolivia plurinacional, indudablemente. Como no hay visos de que S. E. vaya a jubilarse, seguiremos gozando de su inigualable y sabio reinado durante mucho tiempo. El legado del rey Salomón se quedará corto, me temo.
He aquí una muestra de la supuesta profundidad con que algún académico se ha sumergido en la realidad boliviana de los últimos años:
“El fenómeno Evo Morales hay que estudiarlo en clave Mandela y no en clave bolivariana o guevarista. Hace no más de 40 años –igual que ocurría en Sudáfrica– los indígenas, las cholas, no podían caminar por las aceras en Bolivia. Tenían que bajarse de ellas si venía algún blanco. En un país donde el 65% es indígena, el 25% mestizo y solo un 10% blanco, no ha habido ni un indígena en el poder durante 500 años.” (Rafael de la Rubia, publicado en diciembre de 2007, en La Prensa, diario panameño).
Vamos a ver: es lo más hilarante que he leído en mucho tiempo, da vergüenza ajena. Es un compendio de disparates que evidencian la ignorancia del analista coleccionista de postales. No extraña, es el típico eco de cacatúa de lo que Evo viene repitiendo hace rato para despertar simpatía en todo foro, declaraciones como “mi mamá me contaba que no le dejaban entrar a la plaza de Oruro por ser indígena, por ser del campo”. Yo he nacido hace no más de 40 años, como dice el texto, y no recuerdo que las cholas e indígenas tenían vedado el libre tránsito por las calles. He compartido aula con niños indígenas y campesinos, siempre en un ambiente de respeto mutuo y tolerancia. ¿De dónde creen que he aprendido a hablar quechua? ¿de dónde he adquirido el gusto por el tostado de maíz o de habas? ¿cuándo hemos tenido un apartheiddesde que Bolivia se independizó de España? ¿cuándo hemos tenido segregación o guetos, con autobuses, escuelas, fuentes de agua, servicios higiénicos y barrios exclusivos para cada etnia o bando? Es más, hay fotografías de inicios del siglo 20, recopiladas por la Empresa de Luz y Fuerza de Cochabamba que muestran cómo era la ciudad en esa época, y en varias de ellas se pueden reconocer a indígenas cómodamente sentados en los bancos de la plaza principal. ¿Ya había el Photoshop para esos tiempos?
Nadie niega que siempre hubo racismo y discriminación en este país, convivimos con ello frecuentemente (todavía queda algún club o discoteca que se reserva el derecho de admisión según qué cara) y es, sin duda, uno de los grandes factores de nuestro atraso. Pero desde la Revolución Nacional de 1952 que, entre otras cosas, acabó con el régimen de los patrones y abolió la servidumbre, se implementó la reforma agraria para dotar a los campesinos de tierras, además de la instauración del voto universal y la voluntad subyacente de sumar a la vida nacional a los sectores tradicionalmente desfavorecidos. Desde entonces, se ha avanzado bastante aunque a un ritmo lento. Que porque la pintoresca “revolución” de Evo, muy bien barnizada de indigenismo con su centenar de indígenas cuasi analfabetos que ha llevado al Parlamento y otro tanto de funcionarios jerárquicos que ha distribuido en la instituciones del Estado, haya que sostener que se ha fundado un nuevo estado, inaugurado una nueva era y demás patrañas es caer ingenuamente en el engaño. Evo no ha traído nada nuevo, no es el liberador de los más pobres y olvidados. Ni ha acabado con el régimen neoliberal como viene anunciando. Simplemente se aprovechó del vacío de poder y liderazgo para encaramarse en la silla presidencial. Desterró a la vieja oligarquía para instaurar la suya; con sus consiguientes vicios, pecados y desmanes, y aun peor que los regímenes anteriores. Nada ha cambiado, solo el colorido look de los nuevos inquilinos.
Y esto es el colofón de la insensatez, de la lisonja gratuita o interesada, nada menos que atribuida a Lula da Silva, el respetable líder brasileño y hombre de estado que quizá luego de una resaca pronunció las inmortales palabras que quedarán grabadas en piedra: “Evo es para América lo que Mandela para Sudáfrica” (2009). ¿Cuándo Evo ha esgrimido el discurso de la reconciliación, el de “cerrar viejas heridas” por el bien de todos? ¿acaso no es suficiente que siga alimentando el odio con la cantinela de los 500 años de explotación y demás? ¿acaso no ocasionó su administración revanchista e irresponsable un centenar de muertos en diversos hechos de triste recuerdo? ¿cuándo Mandela se creyó un predestinado, un redentor de la gente, un jefe incuestionable? …Mandela se fue a su casa luego de su mandato aunque tenía la opción legítima de ser reelegido. No destruyó todo lo bueno que hicieron los blancos ni se puso a perseguirlos a pesar de todos los males que le hicieron. Esa es la primera gran diferencia, para empezar. Es más, me desdigo, ni siquiera admite comparación.