Ahora, cuando B se cae, de algún modo sostiene la cabeza para que no dé en el suelo. Si está muy interesada en lo que está haciendo, sigue en su asunto; si la experiencia fue extraña o si dolió, llora. Yo la cargo, la consuelo, la mimo y sufro con ella. Su papá, no; la carga, la consuela y la mima, pero no sufre: trata de distraerla para que se ría. Supongo que lo que hacemos sale de lo que somos.
Por supuesto, nos gustaría que no se cayera... que no se pegara, que nada le irritara la piel, que nunca llegara una gota de jugo de naranja a uno de sus ojitos... Pero vive en el mundo y la vida es como es; en el fondo, sabemos que es bueno que experimente incomodidad: que sepa que todo vuelve a estar bien. Porque todo vuelve a estar bien. No pasa nada realmente malo.
Lo que queremos, en realidad, es que no pase nada realmente malo. Ojalá nunca se quiebre un brazo, pero si ocurre porque se cayó de un árbol que estaba trepando, ya la besaremos y tendrá qué contarle a sus amigos. Lo que no quiero -lo que no queremos- es que conozca, ni por asomo, lo realmente malo. Y se me estruja el estómago de pensar que no tendremos todo bajo control; de saber las cosas injustas, dolorosas y dañinas, que pasan tantos niños. La pongo en manos de Dios y sé que ella no; pero tantos niños...
Silvia Parque