A SALVO DE INCENDIO POR SER
“PUEBLO ESPECIAL”
Deuteronomio 7:6-8.
Hay cosas que ocurren en la vida que nos dejan maravillados, y claro eso toma todavía mucho más valor cuando esta estrechamente relacionado Dios y la fe de las personas. Ayer precisamente mientras estudiaba y preparaba una capacitación me encontré con algo que me llamo muchísimo la atención y quiero compartirla con ustedes.
La mañana del viernes 30 de noviembre de 1956 los periódicos de Hsinchu, Formosa, tenían un titular con grandes letras negras, el cual decía: “EL INCENDIO MAS GRANDE EN LOS ULTIMOS SESENTA AÑOS”. Lo que más interesa de esta noticia es que por donde tenía que propagarse el incendio había cinco hogares cristianos. Cuando la alarma sonó, el cielo estaba enrojecido por el reflejo de las llamaradas y las calles estaban llenas de negro humo. Mientras los bomberos combatían el fuego, uno de los cristianos estaba telefoneando a los otros miembros de la iglesia, y pronto un grupo de éstos se reunió en el lugar del incendio. La situación parecía desesperada.
Entonces de todo corazón y a una voz todos ellos clamaron: “Señor, haz que tu santo nombre no sea deshonrado.” Repentinamente, ante los asombrados ojos de miles de espectadores, el fuerte viento que había estado soplando cambió de dirección. Las llamas, que ya habían alcanzado una de las cinco casas de esos cristianos, súbitamente se alejaron de ella y comenzaron a devorar, una por una, ocho de las otras casas que se creía que estaban a salvo. Los cristianos vieron, precisamente delante de ellos, contestadas sus oraciones, y en coro gritaron: “¡Aleluya!”
Cuando se acabó el incendio en esa calle que antes había sido muy transitada, solamente quedaban montones de escombros y de cenizas. Solamente las casas y los talleres de trabajo de cinco familias cristianas permanecían intactos. Muchas de las personas que no eran cristianas únicamente dijeron: “¡Su Padre celestial los protegió!” Pero otras personas criticaron y dijeron: “Los cristianos gritaron ¡Aleluya! Cuando se estaban quemando las casas de las gentes que no son cristianas.”
Pero el Magistrado de Distrito se encargó de callar a los que murmuraban, con estas palabras: “Yo os diré una cosa. Cuando los cristianos estaban orando a su Dios, vosotros los budistas estabais orando a vuestros ídolos. Pero el Dios de los cristianos contestó, y vuestros dioses no contestaron. ¿Qué tenéis que decir por esto? No puedo creer que ellos hayan orado pidiendo que sus casas quedaran a salvo y las vuestras fueran destruidas. Esas cosas sucedieron como tenían que suceder; y, ¿quién es capaz de predecirlas?” El pueblo aceptó la explicación del magistrado y se fue conforme. —(The Misionary Standard, Julio de 1957; en Arnold’s Commmentary, 1959, p.153).
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