A tomar morcilla
Publicado el 13 diciembre 2012 por Mamenod
Antes, cuando los niños eran más pequeños y sobre todo por horario de trabajo, yo era compradora de grandes superficies para todo, incluida la carne e incluso el pescado. Pero ahora que por desgracia tengo libres las mañanas, reconozco que la calidad de la carne de la carnicería y el pescado de la pescadería no tiene nada que ver con el empaquetado ni en el sabor ni en el aroma; así que al menos una o dos veces por semana voy al mercado, la plaza como la llamamos por aquí abajo, o la carnicería de mi barrio a hacer la compra.Si el día en cuestión tengo prisa, la verdad es que me desespero, porque si al igual que en el producto hay diferencias, no son menos las que se notan en cuanto a la relación con el personal que atiende y la confianza a la hora de exigir en los alimentos.Tu vas al supermercado, te acercas a la sección de carnes, eliges el envasado que más se acerca a tus preferencias y como dice el otro: hasta luego Lucas. Pero si vas a la tienda, amiga, eso ya es harina de otro costal.En primer lugar, en la carnicería de mi barrio todo el mundo se conoce, incluído por supuesto el carnicero, así que de entrada eso lleva implícito ya un protocolo de saludos entre todos tipo ¿cómo están tus padres? o ¿le gustaron los filetes a Fulanito? que al principio a mí me dejaban fuera de juego. Claro, como todos somos vecinos, también se conocen los que están allí entre ellos, con lo cual a la pregunta del carnicero, siempre hay un voluntario para seguir con la charla que apostilla: no sabía yo que tenías malo al abuelo. Así que de pronto te encuentras en medio de una tertulia de la que aunque no quieras eres parte, porque al final, aunque sólo sea por educación, no tienes más remedio que acabar deseándole a la señora que todo se arregle y la enfermedad sea leve.Pero hay otra cosa que a mí me da un poco de cargo de conciencia. Y es que ya he dicho alguna vez que como ama de casa soy regular, tirando a mala. Me las arreglo pero sin grandes aspavientos, y es en sitios como este donde de repente me siento pequeña. Las veo allí, en aquella especie de teatro donde exponen sus grandes conocimientos para diferenciar la babilla del jarrete y me entra como una sensación de desazón. "No, no", decía el otro día una señora de mediana edad, "a mí no me pongas morcilla de la que suelta manteca, sino de la otra". ¿Pero es que existe de la otra?, pensaba yo , mientras ella me hacía gestos de "a mí me la va a dar éste". ¿Y qué color tendrá la morcilla esa? ¿y por qué no la querrá? "Seguro que el simpático éste a mí me la da siempre y se está quedando conmigo", volvía yo a pensar en un momento de desaliento.Pero hay sobre todo una frase que me deja anonadada. Yo he llegado a sospechar que es algo más que una frase, es como una marca que divide a las que verdaderamente entienden de lo que tienen entre manos de la pobre gente como yo, aprendizas eternas del arte de ser "mari". Es cuando dicen eso de: "a mí dame cuarto y mitad". ¿Cuarto y mitad? ¿Y esa qué medida es? Pero veo que el carnicero no pone objeción a la cuenta de gramos extraña y que el resto de los contertulios la miran sonrientes, como pensando "esta es de los nuestros", me digo yo con la imaginación desbordada.En fin que a mí lo de la morcilla me llegó al alma. Yo ese día no dije nada para que no se notara mucho la ignorancia, pero mañana mismo voy dispuesta a quedar como una reina. Yo quiero morcilla de la que no suelta manteca colorá...aunque no me sirva "pa na". ¡Ay qué alegría! Ya disfruto pensando en el glamour que eso va a darme.