27 de julio de 2014
Ya nunca se
apagará la noche en tu interior.
No hallará el
rumoroso amanecer, ni los ojos
aún con sueño, su
silencioso hedor, sus restos
como de carbonilla
y tiza, su leve pulso.
De tu corazón de
vidrio, tu tallada forma
—recién
destrozados— no subirá con temblor
el humo que
difuminaba rostros y objetos,
ni se apartará,
enrojecida, la luz del sol.
Descartado,
polvo y plástico, vaho y astillas
acompañan lo que
fuiste: hechura y espacio
que, como todo
lo que perece, más ocupa
y más aprieta. Cosa
para siempre perdida,
sola dejas la sombría
mano de mi padre
y mi mano, que
fuma y enciende este poema.