Ahora subo por el ascensor de El Corte Inglés, no soy capaz de subir por las escaleras mecánicas sin que se me escapen las lágrimas, allí fue donde me diste tu mejor abrazo, me cubriste el cuello con tus brazos y me dijiste al oído que yo era lo mejor que te había pasado en la vida. Creo que no toqué le metal de la escalera, subí flotando.
Tú te quejabas de los míos, no eran tan sentimentales, siempre se me iba la mano, no me conformaba con rodearte la cintura, siempre mis manos procaces buscaban más arriba o abajo, curvas u oquedades donde posarse. Qué se le va a hacer, así es la condición humana.
Hace pocas fechas hizo una década que me diste el más sentido, casi doloroso. Habías viajado toda la noche sin saber si tendrías que teñir de luto tu alma. Te vi entrar desbocada en la sala del hospital donde unos cables me sujetaban a la vida, me rodeaste evitando los cables y tus lágrimas me abrasaron el cuello.
Ahora mi cuello está huérfano, ya no siento ninguna caricia ¿Qué será de mi cuando termine el invierno y no pueda llevar bufanda?