Revista Diario
Absurdo
Publicado el 25 febrero 2012 por LaguaridaABSURDO
Mi cuerpodesnudo se mostraba ajeno a los catorce grados bajo cero que entumecían losrostros de los escasos transeúntes que, de pronto, se quedaron paralizados. Tambiénellos eran inmunes al frío implacable y su parálisis se debía al horror depredecir el futuro más inmediato, y de saber que, inevitablemente, serían testigosde un hecho que jamás conseguirían olvidar.
Me sentíaaturdido, y muy asustado, anegado en una pesadilla atroz; obligado a sufrir laexperiencia más surrealista y espantosa que nadie nunca hubiese imaginado. Sinprevio aviso, todo mi mundo se precipitaba hacia el abismo. Y es que, a granvelocidad, me dirigía en dirección a la persona más importante de mi vida para arrebatarlesu aliento para siempre: mi esposa, mi vida. ¡Pero, no, maldita sea, yo noquería que muriese!
Al mismo ritmoque aumentaba mi velocidad crecía mi angustia. Yo gritaba, gritaba, gritaba… intentandoprevenirla de mi mortífera presencia. Me desgañitaba todo lo que permitía elaire cruel que entraba a borbotones en mi boca. Pero ella, inmóvil, no me oía.Me sentía como un depredador cayendo sobre su inconsciente víctima.
Con granrapidez, pasaban junto a mí las ventanas iluminadas de aquellos que a esas altashoras de la noche se resistían a finalizar la jornada. Era como si estuvieranrindiendo un homenaje a los que ya no volverían a ver amanecer.
El humo de sucigarrillo delataba que ella estaba fumando. Aun estaba un poco lejos y apenaspodía intuir su rostro. Pensaba en cuánto la amaba y en la falta de sentido quehubiese tenido mi vida sin ella. Sin embargo, el destino desataba toda suironía y me obligaba a mí precisamente, a terminar con su existencia sin que yopudiera hacer nada por evitarlo.
-¡Vete amormío! ¡Huye de mí!
Gritaba,gritaba… Pero ella no me oía, o no deseaba oírme. No es momento de enfadarse,cariño, deseaba decirle al oído, mientras rodeaba con mis brazos su cintura.
Gritaba,gritaba… Hasta destrozarme el alma en el empeño. Cual inútil empleo de unafuerza interior que desconocía poseer hasta ese momento.
Finalmente,entregado a la falta de esperanza, deje de gritar. Sabe Dios que hubiese dadomi propia vida por la suya, y, sin embargo, iba a matarla, y nada ni nadielograrían detenerme.
Fue entoncescuando alguien gritó. Y ella giró su cabeza, quizá alertada por el grito oquizá al oler mi presencia. Apenas por instante pudimos sostener nuestrasmiradas. Te quiero… demasiado tarde. Todo acabó.
Tras el sonidoseco y estremecedor del impacto, se produjo un silencio escalofriante que el jovende la cazadora negra se apresuró a interrumpir:
-¡Joder, quealguien llame a una ambulancia, deprisa!
Losconocimientos adquiridos en su recién lograda licenciatura le permitierondistinguir la ausencia de pulso en el húmedo y enrojecido cuello de la mujer
-Mierda, estámuerta. Ya no podemos hacer nada por ella.
Repitió lamaniobra en el hombre:
-Los dos estánmuertos –anunció, blasfemó y soltó con delicadeza la mano del cadaver.
Un agente detráfico se dirigía presuroso hacia la escena cuando una mujer le abordó voceando.
-¿Qué les hapasado?
-¡Y yo qué sé,señora! Aún no he llegado. Vuelva a su casa.
-Es que les vidiscutiendo, pero no pensé que…
-¿Cómo…? ¿Havisto usted lo ocurrido? ¿Los conoce? Está bien, acompáñeme, rápido. Y cuéntemelo ocurrido
-Sí, bueno,los conozco de vista. Parecen una pareja encantadora. Nunca les había vistodiscutir. Viven… viven en el edificio de enfrente. Los… los veo desde…, desdela ventana de mi habitación –se esforzaba en hablar y seguir el ritmo dezancada del policía-. Bueno, a ver, los… los veo a veces. No vaya…, no vaya apensar que no tengo vida propia, tengo otras cosas que hacer…
-¡Al grano,señora! –le interrumpió.
-Vale… Todosucedió muy rápido. Apenas oigo lo que dicen, pero ella, por los gestos quehacía, le debía estar recriminando algo. Él se metió en el baño y ella se fuede la casa dando un portazo… ¡Guau! Eso sí que pude oírlo…
-Bien, lamujer salió de la casa, y después, ¿pudo ver algo más?
-Sí… al poco…,ella salió del portal y encendió un cigarrillo. Permanecía inmóvil, pensativa,como ida… Y él salió al balcón. Estaba desnudo y la llamaba a voces. Entonces…,entonces…
-¿Entonces…?¡Vamos, vamos!
-Entonces, nosé cómo, pero él resbaló y… ¡Oh, Señor! Fue horrible… Intentó agarrarse a labarandilla pero no pudo…
El policíahabía detenido su marcha.
-Él… élgritaba, gritaba, gritaba… ¡Dios mío!, era desgarrador oírle… Y, mientras, ellaseguía abstraída, fumando, junto al portal, y no vio como su marido caía…¿Entiende? No pudo apartarse… ella no pudo…
No pudoterminar su relato y comenzó a llorar amargamente ante los desorbitados ojosdel policía.
El nutridocorro de curiosos se fue abriendo paso, permitiendo que pudieran acercarse alas víctimas, al tiempo que comenzaban a oírse, aún lejanas, las primerassirenas.