Creo que se ha logrado una visibilización del acoso sexual a las mujeres con campañas como #MeToo, que da gusto. He querido escribir sobre eso, más bien en respuesta a comentarios machistas que he leído, pero no lo he conseguido, tanto porque no he tenido tiempo de ordenar mis ideas como el tema se merece, como porque no quería escribirlo en el momento en que estuviera en el candelero un caso con repercusión mediática, ¡y prácticamente no ha dejado de haberlos! Así que a propósito del movimiento amparado en #Cuéntalo, voy a apuntar solamente dos cuestiones fundamentales, esperando que sirva de introducción para más adelante -en otra entrada-, compartir algo sobre mi experiencia personal.
Se trata de: "no todos los hombres" y "los hombres también sufren".
Hay quien parece sorprendido de que tantas mujeres hablen sobre experiencias de acoso, abuso o agresión sexual; sin embargo, para las mujeres no es sorprendente. Apenas hablas con una mujer, en confianza, resulta que ella también. Sería genial que los hombres preguntaran a las mujeres de su familia, a las amigas cercanas, cuál es su experiencia en esta cuestión y que las escucharan sin decir pío, que nada más escucharan. Yo creo que todas las que tengan capacidad de memoria van a contar que al menos "alguna vez", "algo pasó".
De verdad da para decir que "todas" hemos sufrido acoso, abuso o agresión sexual; pero vamos a hablar de "prácticamente todas".
Prácticamente todas las mujeres han sido alguna vez objeto de trato cuando menos inapropiado, sexualmente; eso es "cuando menos"; el abuso, el acoso y la agresión sexual tienen una dimensión epidémica, sobre todo porque muchos de los comportamientos que son abuso, acoso o agresión son normalizados o justificados. Justo estamos en un momento histórico para darle la vuelta a eso.
Los momentos históricos en los que las cosas cambian, no son cómodos. No tienen por qué ser giros gráciles; más bien, no lo son. En el caso de este cambio, hay enojo, hay posiciones radicales y extremas y tienen su razón de ser y su función.
Vamos a ver:
Va pasando una muchacha por la acera y desde la otra acera, un muchacho le grita: "¡guapa!" Ambos siguen caminando y se acabó. Para algunas, él está invadiendo su espacio, de hecho ella se ha visto obligada a escuchar; él la ha juzgado por su aspecto como si tuviera derecho a hacerlo; dado que vivimos en un mundo donde pasa lo que pasa, su comportamiento resulta amenazante. Está mal, vaya. ¿Es una exageración? ¿Es llevar las cosas al absurdo? Ojalá las personas, sobre todo los hombres, se preguntaran con buena voluntad: ¿Por qué algunas pensarán así? ¿Por qué les molestará que un muchacho le grite "¡guapa!" a una muchacha? ¿Cómo es que una muchacha puede sentirse amenazada por recibir un halago? Preguntárselo realmente, con honestidad. Y luego caer en la cuenta de que muchas veces lo que se dice por la calle no es "guapa", ni termina en "siguen caminando y se acabó".
Que prácticamente todas las mujeres hayan pasado por una "mala experiencia" de este tipo -por decir lo menos-, no quiere decir que todos los hombres sean abusadores, acosadores o agresores sexuales. Pero, resulta que en la abrumadora mayoría de los casos, son abusadores, acosadores o agresores, es decir, hombres. Y los que no lo han hecho, suponiendo que nunca, nunca, nunca, ni en la escuela, hicieron nada del tipo, son parte de un colectivo que tiene la prerrogativa social para hacerlo sin sufrir consecuencias negativas, a veces, siendo celebrados por ello. ¿Y es culpa de Juan, Pedro o Luis tener la prerrogativa de abusar, acosar o agredir sexualmente, impunemente? Pues no. A lo mejor son bien decentes y les choca que Pablo, Sergio o Andrés sí hagan uso de su prerrogativa. Pero la tienen. Por eso se señala a "los hombres". Les toca, si de verdad son decentes, señalar lo que está mal y ver cómo destruimos estas prerrogativas de mierda.
Algunos de estos hombres decentes parecen con gran necesidad de mostrar cómo también sufren: por ser señalados y por ser víctimas. Y su denuncia suele ser hecha a un lado, en medio de la efervescencia de la denuncia colectiva de las mujeres. Se cree que se hace a un lado por obnubilación o por odio; pero la verdad es que, más que nada, se le hace a un lado por inoportuna. Si estamos aquí marchando por el derecho de una comunidad indígena a conservar sus tierras, ¿cómo quedarían los microempresarios pidiendo atención porque ellos son sangrados por el impuesto sobre la renta? ¡No va! Aunque todos sean damnificados del capitalismo.
Pero bueno: los hombres sufren, sí. Ha sido minimizada la violencia contra los hombres en la pareja y la colusión social a favor de las mujeres cuando ellas se "apropian" de los hijos. Hay mucho que estudiar, analizar y considerar sobre todo esto. Pero, enfocando el tema del que estamos hablando: la mayoría de los hombres no teme caminar solo por una calle oscura o en todo caso, no temen ser violados. La mayoría de los hombres no tiene una de estas "malas experiencias" en su historia. No obstante, lo sustancial no es que "la mayoría de las mujeres" sí vivamos ese miedo con frecuencia o sí tengamos que lidiar con estas experiencias a veces desde niñas; no es cuestión de cantidad, pues: lo sustancial de cómo la violencia (acoso, abuso, agresión) es parte del sistema social, llega a ser parte de la socialización. Por eso lo trágico-aberrante no es que cinco hombres violen a una mujer, sino el hecho de que se siga creyendo que "ella se lo buscó", los argumentos por los cuales se justifica no condenarlos por violación.
Silvia Parque