Acampado

Publicado el 10 junio 2011 por Quique

Alaska, 10 de junio de 2011,
Una de las ventajas de escribir un blog es que no tienes los imponderables de la prensa escrita. No tienes la necesidad  de analizar las noticias al segundo. Puedes ver las cosas con cierta perspectiva.
El movimiento 15M, por ejemplo, el de  los indignados. Por cierto, ya sé que lo de indignados viene por lo de Hessel, pero no deja de chocarme cada vez  que  leo en la prensa cosas como "2000 indignados siguieron la concentración...".  Me imagino un movimiento similar con aburridos, o cansados, o alegres, o temerosos, y me da la risa, que quieren que les diga. En fin, la urgencia  del periodismo por poner etiquetas y buscar respuestas produce figuras retóricas muy curiosas.. El 15M -dejémoslo así- es un organismo vivo y resulta fascinante mirarlo en la distancia. No solo desde el punto de vista de su contenido, tan heterogeneo que, personalmente, se me escapa cualquier posibilidad de atraparlo (en otros foros ya he comentado qué cosas me gustan y qué cosas no). Sino, como lo que su propio nombre indica, como movimiento, que tiene sentido en tanto que siga nutriéndose de personas. Ha pasado, en apenas veinte días, del éxito participativo a casi el olvido, para volver con fuerza después de la intervención de la policía, volviéndose a apagar poco a poco, resurgiendo ahora en su desparrame  por los barrios. En un momento es un huracán, al segundo es una fina lluvia. Como el dibujo en el aire de una bandada de pájaros, que se van acercando y alejando formando figuras caprichosas. Un día es la revolución que acabará con el sistema, el otro parece que sea el 15M el que se engulle a si mismo. Un día es una foto de un señor con corbata, el otro piercings desbocados. Un minuto la asamblea es la razón de todo, y al siguiente es la razón de que nada funcione. Tal vez se apague como vino, como se apagan los huracanes, o quizás quede como las brasas de un incendio que nunca acaba de extinguirse. Nadie sabe cuanto durará, ni que peso tendrá. Si ya es un éxito lo vivido, o es un fracaso si aquí se acaba todo.Los medios tradicionales, que siguen siendo por ahora los termómetros de la realidad, por mucho que queramos enaltecer a las redes sociales, también andan desconcertados. Quieren apuntarse al carro, pero andan con ojo ante un movimiento que nadie hasta ahora puede controlar. No hay más que leer El País, que en un tiempo fue mi periódico de cabecera (por suerte o por desgracia, quedé huérfano). Ha ido dando bandazos. Puso en portada el movimiento, con algunas crónicas tan cargadas de azúcar que sonroja leerlas una semana después, para ocultarlo casi por completo en su edición de papel (tal vez decepcionados por la poca trascendencia que tuvo en las elecciones) y devolverles hoy mismo la portada, sospechosamente, cuando la indignación apunta a las Cortes Valencianas. Veo a mi ex-periódico vacilante. Ojo, niño, a ver qué pones, que esto no hay quien lo controle. Del entusiasmo inicial, ingenuo y mayosesentayochero han pasado a un neutralidad de verlas venir.
Mientras tanto yo, dada mi dificultad para adherirme completamente a un movimiento del que formo parte pero no, del que estoy, pero no estoy, que me seduce  a veces con su desencanto y su cabreo , tanto como me repugna otras cuantas por su demagogia,  voy acampando a mi medida. Una acampada mental, que es a la que aspira cualquier movimiento con pretensiones de cambio. Una empanada, si ustedes quieren. Contradictoria, como el 15M. Viva. Dubitativa. Hoy pienso que los políticos de este país dan asco, de mangantes e inútiles que son, y mañana me levanto que por supuesto no todos. Hoy que los bancos, que que rabia que dan,  y que usureros, y que encima rescatándolos, y después que qué coño hacen los sindicatos por los trabajadores y el trabajo en este país. Me cabreo con un Gobierno inoperante que nos ha llevado a la ruina, y  luego me da rabia la poca autocrítica de los que critican al Estado pero  son incapaces de reconocer que nadie les obligó a endeudarse como nuevos ricos en un país que siempre ha sido pobre. Me revuelvo contra los recortes sociales, y al segundo me digo que qué monstruo va creando el asistencialismo.
Y aquí sigo, en mi campamento, que, como es mío, yo decido cuando y cómo se levanta.
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