¿Acaso el jefe no la creía lo suficientemente buena como para encargarse de retener a un cachorrillo asustado?

Publicado el 25 abril 2012 por Beatrice
   Jane dio un salto limpio y clavó los tacones sobre el suelo con la misma facilidad que otros tomarían el primer café de la mañana. Tras ella, escoltado por dos gigantones trajeados, el que probablemente era el joven más rico del momento bajó a trompicones, mareado por el viaje y los restos del sedante. Su mirada perdida se movía pesada por el extraño paisaje que se abría ante él. Le arrastraron, tras ella, por el patio y a través de una doble puerta gruesa como ninguna.
   –Podéis marcharos. Yo me encargo desde aquí. –Jane se cruzó de brazos, esperando que se diesen la vuelta y saliesen por donde habían venido, pero no ocurrió. –Puedo encargarme sola de él.
   –Tenemos orden de vigilarle. –dijeron prácticamente al unisono.
   Están bien entrenados, sin duda, pensó Jane y volvió a marcar el mismo número al que había llamado horas antes. Mientras esperaba que alguien respondiese al otro lado, se alejó del grupo de la entrada, molesta.
   –El trabajo no incluía a los dos perros guardianes. –dijo en cuanto oyó que descolgaban al otro la do de la línea.
   –Vas a necesitar a alguien más allí. Es un sitio muy grande y muy alejado de cualquier punto civilizado. –escuchó decir al jefe.
   Jane resopló. ¿Acaso el jefe no la creía lo suficientemente buena como para encargarse de retener a un cachorrillo asustado?
   –De acuerdo –recapacitó él, sabiendo que Jane no se daría por vencida –, acudirán tres veces por semana junto al envío de comida y otras cosas básicas.
   –Acepto –siseó y colgó el teléfono.
   Cuando regresó junto a los guardaespaldas, los encontró leyendo un mensaje de texto en las pantallas de sus teléfonos móviles.
   –Podéis largaros cuando queráis. –les dijo con una sonrisa menos triunfal que cruel. Ellos asintieron, sorprendidos, y abandonaron la entrada en silencio.
   Una vez solos, Jane observó detenidamente al que sería su nuevo compañero de piso que se mantenía a duras penas arrodillado sobre el suelo de piedra. Pelo castaño revuelto, ojos castaños, veintitantos años y ropa que apestaba a dinero. Él le devolvió la mirada desde abajo, con ojos asustados y las manos atadas a la espalda. Jane se dio la vuelta y sonrió para sí misma.