Acaso se congelen las palabras
y broten solamente los gemidos,
en esos labios tristes y llorosos
que es la quintaesencia de los niños.
Es fácil que vacilen las miradas
y busquen los remansos de los ríos,
tratando de encontrar la paz serena
que dejan en la orilla tantos lirios.
Más sufre el corazón, tan fuertemente,
que suenan temblorosos sus latidos,
los sueños que desean esperanzas
y acaso la leyenda de los libros.
Al niño no le hablemos de fronteras,
tampoco de rosales con espinos,
si acaso de cometas en la playa
y arenas para hacer lindos castillos.
Nos duele el corazón y duele el alma
tratando de encontrar frases de alivio,
miradas que trasladen la respuesta
y manos con promesas del amigo.
Es duro transitar por el desierto
ausente de senderos y caminos,
en medio de sirocos sofocantes
que ahogan con sus brazos exquisitos.
Se busca la migaja y la limosna
que cubra la ansiedad del peregrino,
dejando en el olvido tantas cosas
quizás por ese miedo que sentimos.
Entonces se agudiza la miseria
y somos esos seres pequeñitos,
los hombres convertidos en fantasmas
que andamos como zombis sin pedirlo.
"...Acaso se congelen las palabras
y lleguen a los cielos los suspiros,
aquellos de los niños y mayores
que llevan tantos sueños retenidos..."
Rafael Sánchez Ortega ©
09/02/15