Revista Literatura

Accidente

Publicado el 23 marzo 2011 por Gasolinero

Esto que escribo lo oí en una conversación ajena pero interesante; se pueden sacar muchas cosas de las parletas de hospitales, ambulatorios, trenes, autobuses y demás, es solo cuestión de poner oído. Perdonarás, paciente lector, que lo relate como propio.

Hablaban de un señor que trabajaba en una caja de las más visitadas del pueblo. Una de esas con nombre de casino provinciano y decimonónico y en donde esperas encontrar en el patio de operaciones a los clientes tocados con boina y envueltos en abrigos con el cuello de pelo; donde se piden los anticipos de cosecha y se cobra el seguro del pedrisco y el apoderado que te está concediendo el préstamo, a la vez te aconseja lo que debes sembrar en esas cinco fanegas que dejaste de barbecho, según viene la coyuntura hogaño.

Ingresó en la entidad gracias a las viñas del padre cuando era solo un banco local, posteriormente integrado en una caja mayor a la que fue subrogado con toda la plantilla. Destacaba por su indolencia y la poca capacidad para resolver asuntos de ningún tipo. Tanto era así que lo tuvieron que apartar de cualquier negociado que tuviese relación con los clientes, ya que dada su pusilanimidad, era incapaz de negar cualquier operación solicitada, concediéndolas todas a pesar de la manifiesta inviabilidad de muchas de ellas.

-   Yo he visto nevar en Abril.

-   Pues me parece muy bien.

Todos los días se cortaba al afeitarse, en el cuello y a pesar de taparse el tajo con papel, la herida le dejaba una mancha roja que refulgía sobre el inmaculado blanco de la camisa y que pasó a formar parte del recuerdo de su persona: nadie lo imaginaba sin manchita y nunca acudió al trabajo sin la señal encarnada en el cuello.

Entre varios compañeros pensaron en aprovechar la oportunidad que les brindaba la Universidad a Distancia de estudiar una carrera y así poder medrar en la caja. Se matricularon cuatro en el curso de acceso, repartidos entre empresariales y derecho. El centro asociado estaba en Alcázar de San Juan y como las clases presénciales eran una vez por semana optaron por ir cada vez en el coche de uno, alternando el uso del vehículo y evitando el tener que poner dinero para gasolina.

Este tipo tenía un Citroën 2CV en el que se fueron el viernes que le tocó a él. Quedó con sus compañeros una hora antes de la fijada para entrar a las clases, pues a pesar de que entre Tomelloso y Alcázar hay treinta kilómetros, «no le pisaba mucho al coche». Tardaron cuarenta y cinco minutos en llegar. Tras las clases pusieron rumbo a Tomelloso.

La salida de Alcázar se hacía antes por el paseo del Cementerio, teniendo que realizar un giro de noventa grados, sin rotonda, para coger la carretera de Tomelloso. Al ir a trazar la curva y a pesar de la velocidad de tortuga que llevaba, se conoce que se puso nervioso y enfiló directamente a un sembrado que había junto a la carretera, casualmente recién arado, con lo que la berlina se clavó, literalmente, hasta los ejes al poco de traspasar la parcela.

Nuestro amigo, a pesar de su gansez innata, abrió la portezuela del auto y salió disparado corriendo a todo correr hacia dentro del sembrado. Cuando llevaba recorridos treinta metros del coche, se tiró al suelo, boca abajo y con la cabeza entre las manos a la vez que gritaba:

 

- ¡¡¡Saltar, saltar que explota!!!

 

Lo que provocó el pitorreo de sus acompañantes que ya andaban afanosos empujando la pachanga para sacarla del sembrado. Y dándonos la posibilidad de referir  tan jugosa anécdota.

www.youtube.com/watch?v=mHGLBy2CdjI

 


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