Se te calló el pañuelo señorita Adler antes de abandonarme. Pero no te preocupes Irene, lo utilizaré para recoger la sangre derramada de los puñales incrustados sobre mi torso.
Llegaste a mi vida súbitamente, de pronto y sin aviso. Tu descarada sonrisa me condujo a la perdición, y tus ojos eternos e infinitos al pecado. Me abrazaste y me susurraste mil y una mentiras; mentiras que me tragué.
Te acercaste a mí con tu beso de Judas elevándome a la altura del universo, me arriesgué y perdí.
Es irónico que hasta el propio Sherlock, el pequeño de los Holmes, incurra en el amor, en el desamor.
Sólo te recordaré porque fuiste la mujer que fue capaz de vencer a Sherlock Holmes. Abandonándome a la suerte con un "Adios, Sherlock".
A ti.