El verano es para amar y no me refiero tan sólo al amor carnal, (que también, ya se sabe) sino a esa pasión desmedida por lo que nos rodea y nos hace un poco más felices. En verano, quizá por el calor y ese ambiente onírico y dulzón que nos amodorra, se disfruta más de las cosas. De un helado, de un ratito de relax bajo las palmeras, de un baño en el mar al atardecer, del olor a crema de coco y zanahoria, de un mojito con mucho hielo.
En verano se viven aventuras con las que seguimos soñando el resto del año. Cuando yo no era más que una niña mellada y pizpireta me convertía en sirenita y me pasaba el estío en remojo, chapoteando en la playa con mis amigos del barrio. Inundaba mis días de risas y misiones secretas junto a las rocas; buscaba tesoros en la arena y esperaba cada tarde, muy paciente, a que llegase el camión de los helados y poder llenarme así la cara de nata y chocolate y los ojos de luz.
Lo malo de los amores de verano es que terminan con septiembre. Y con él llegaba la vuelta al cole, el olor a libros nuevos, el frío, las responsabilidades, la lluvia. Y esta misma mañana me acordé de todo esto cuando, en la piscina de los apartamentos gaditanos donde me hospedo, he visto aparecer a un padre con su hija de unos tres o cuatro años entre los brazos. A su vez, la niña abrazaba con mucha fuerza un pato de plástico
Ahí estaba, pensé yo. El fin de su verano. Lucía se llevó el pato a los labios, le dio el que sería recordado para siempre como el beso más triste de la historia y lo dejó flotando sobre el agua de la piscina exclamando entre hipidos y lágrimas: "¡adiós, patito, hasta el verano que viene!". Lo bueno de ser un niño es que a veces no sabes que no habrán años que vienen, ni que quizá tu pato ya no estará allí.
Pero yo sí que lo sé, y mientras observaba en silencio cómo aquella familia encantadora se alejaba hacia el aparcamiento y escuchaba a Lucía llorar desconsolada por su adiós, recordé los míos. Mis infinitos adioses de septiembre.
Y volví a ser una niña triste, porque ya está aquí septiembre y el otoño es para olvidar que amaste.