Adorada Frida, Museo Casa León Trotsky, Café de Tacuba

Publicado el 26 mayo 2015 por Ptolomeo1

Magdalena del Carmen Frida Kahlo nació el 6 de julio de 1907 en Coyoacán, por aquel entonces un poblado cercano a Ciudad de México. Durante su infancia la poliomielitis dejó secuelas permanentes en la pierna derecha de la pequeña Frida, que comenzó a pintar mientras se encontraba postrada en cama debido a la enfermedad.

La notable destreza con los pinceles que demostrara la niña fue incentivada por sus padres, pero sus percances no concluirían porque a los dieciocho años el pequeño autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía y Frida sufrió la dislocación del pie derecho, fractura en once partes de la misma pierna, fractura de la columna vertebral y un pasamanos le atravesó literalmente su pequeño cuerpo, quedando impedida en el futuro de cumplir con su sueño de ser madre.

El martirio físico que debió atravesar para intentar reponerse de semejante accidente fue transmutado en arte: comenzó a pintar de manera continuada y para 1927 había elaborado algunos de los autorretratos que serían su sello distintivo. Un año después  conoció a través de la amistad en común con Tina Modotti a Diego Rivera, en aquel momento una celebridad por su obra y por su militancia política. Pese a que Rivera era conocido por sus constantes aventuras amorosas, la doblaba en edad y tenía en su haber dos divorcios, se enamoraron apasionadamente y se casaron en 1929; la unión, con altibajos, infidelidades mutuas y el dolor de la artista por no poder darle un hijo se extendería hasta su muerte en 1954.

A pesar de sus padecimientos físicos la notable personalidad de Frida, su belleza autóctona y su estilo para vestir la convirtieron en un ícono de la moda. Lejos de intentar pasar desapercibida empleó la vestimenta para ensalzar sus rasgos y su pequeña figura, acentuando los adornos y los colores en la parte superior para desviar la atención de su pierna derecha y de su cuerpo partido al medio. Morena, con una encantadora sonrisa y ojos profundos acentuados por gruesas cejas, no se privó de seducir hombres y mujeres por igual y de vivir una intensa historia de amor con uno de los artistas más codiciados del momento, que no volvería a ser el mismo cuando la muerte de Frida los separó físicamente; Rivera la seguiría tres años después.

La Casa Azul de Coyoacán, hogar familiar que fuera luego morada de Diego y Frida, alberga acualmente algunas obras de la artista y mantiene vivo su espíritu en los ambientes, el mobiliario y el estudio donde trabajaba, con la silla de ruedas instalada frente al atril y la luz filtrándose a través de los ventanales. En el año 2004, 50 años después de su muerte, se descubrió oculta en el cuarto de baño anexo a su habitación una considerable cantidad de vestidos y joyas que se exhiben actualmente bajo el título Las apariencias engañan: los vestidos de Frida Kahlo.

Engañan las apariencias porque aunque a simple vista resaltaban los colores y la indumentaria étnica, el cuerpo de Frida se sostenía con corsés y aparatos ortopédicos que sin embargo no restaron un ápice a su desafiante belleza; aún más, los corsés que pintara y decorara resultaron inspiración para diseñadores internacionales como Jean Paul Gaultier y Ricardo Tisci. La muestra hace hincapié precisamente en la construcción de la identidad de Frida pese a su discapacidad, en el acento en la vestimenta inspirada en sus ancestras y en su propia versión de la moda, con el resultado icónico que perdura en la actualidad.

Profundamente conmovida, tuve la inmensa fortuna de recorrer sin prisa los rincones de esta casa inundada con la luz amorosa de Frida. Su vida, su indumentaria, su amor por Diego y la poderosa tenacidad con la que transmutó en arte el dolor físico que tuvo que soportar la tornan única, inmensa, inolvidable. Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco, afirmó a propósito de sus autorretratos; no puede caber duda alguna al respecto, eterna y queridísima Frida.

Casa Museo de León Trotsky

Nacido Lev Davinovich Bronstein en el año 1879, León Trotsky habría adoptado el apodo que lo catapultó a la eternidad en homenaje a un carcelero ruso que, conmovido por las duras condiciones que soportara de encierro el joven Lev a causa de sus ideas políticas socialistas, le facilitó la huída de Siberia. Las largas horas de soledad habían reforzado con la profusa lectura sus convicciones revolucionarias, que no abandonaría por nada del mundo y que iban a determinar su muerte años después.

Tras el triunfo de la revolución bolchevique la rivalidad con Stalin precipitó su exilio forzoso de Rusia hasta que, luego de un largo periplo por Europa en companía de su segunda esposa Natalia Ivanovna Sedova, finalmente es acogido en 1937 por México debido a la gestión llevada a cabo por Diego Rivera ante el presidente Lázaro Cárdenas. Se instalaron en la Casa Azul donde vivirían hasta 1939, año en el que las diferencias políticas con Rivera determinaron la mudanza a la cercana Calle de Viena, donde se encuentra actuamente la Casa Museo en la que finalmente encontró la muerte.

Desde allí Trotsky escribía y sus críticas al régimen no cesaban; las publicaciones sostenían la rivalidad con Stalin, quien por intermedio del pintor David Alfaro Siqueiros acompañado de una veintena de sicarios procuró acabar con su vida. Aún se pueden observar los impactos de bala en la alcoba y en el comedor que pese a la intensidad no lograron su objetivo, pero alteraron la rutina de paseos por las inmediaciones y el contacto con el mundo exterior: las torretas de vigilancia fueron complementadas con el tapiado de las ventanas y el extremo cuidado en la recorrida diaria por el jardín para cuidar los cactus y alimentar a los conejos, en los que ocupaba sus horas libres.

El español Ramón Mercader logró infiltrarse en el círculo íntimo de Trotsky hasta que finalmente estableció una relación de estrecha confianza, a tal punto que con el pretexto de consultarle respecto de un artículo a publicar se entrevistó a solas con el revolucionario en su estudio. Cuando Trotsky se encontraba sentado de espaldas empleó un piolet, especie de pico de montañista que llevaba oculto entre sus ropas, para atacarlo salvajemente; la brutal herida en su cabeza determinó su muerte un día después, el 21 de agosto de 1940.

Sus cenizas se encuentran en el centro del jardín junto a las de su esposa en una estela de piedra diseñada por Juan O´Gorman; el interior de la casa se conserva tal como se encontraba al momento de su muerte. Vale la pena conocer el museo y empaparse acerca de la vida de este hombre, que sostuvo sus ideas políticas aún a costa de soportar todo tipo de infortunios y que terminaron costándole, en definitiva, su propia vida.

Café de Tacuba

En la época colonial el primer hospital psiquiátrico de México era atendido por las hermanas clarisas, que además de piadosas religiosas fueron consumadas cocineras. Cuenta la leyenda que un desdichado paciente se enamoró de la madre superiora y ante la certeza acerca de la imposibilidad de ese amor la asesinó; desde ese momento, el alma de la monja ronda el edificio donde se emplazaba el nosocomio.

En el año 1912 se inauguró en el Centro Histórico de Ciudad de México el restaurante Café de Tacuba, tal vez el más famoso de esta próspera urbe. Por sus salones elegantes e impecables han desfilado desde Diego Rivera hasta el presidente Porfirio Diaz e innumerables personalidades extranjeras que visitaron la ciudad. Café de Tacuba se encuentra situado en parte de la superficie de aquel hospital psiquiàtrico; algunos clientes y personal del establecimiento aseguran haber visto a la monja clarisa deambulando por el lugar.

El interior se caracteriza por su magnífica arquitectura de altos techos y fantásticos vitrales; se pueden degustar exquisitos platos típicos y acompañar el café con una delicia dulce que ofrecen las camareras ataviadas a la usanza de las clarisas. Un sitio encantador que torna imprescindible la visita para el viajero que tiene la suerte de arribar a Ciudad de México.

Todas las fotografías resultan, como es habitual, exclusivo mérito de Juan.