Prometí que, en cuanto se arreglara, lo tomaría en serio. A la hora que fuera. Dos días completos de agonía, drivers, instalaciones y borrados, suposiciones, para no ver que el segundo teclado -ultrasuave y específico para escribir mucho y mucho tiempo, varios libros seguidos- tenía un botón extra de on sin apretar. Se me había olvidado ese detalle cuando lo guardé. Por supuesto, tampoco lo he recordado durante mi profunda agonía en la que el teclado principal ha parado dos días su marcado de letras.
Así, la madrugada me atraviesa con un aparato "de estreno" en una noche peligrosa, madrugón mañana para volver al centro comercial, siempre el miedo a quedarme dormida. Desde mi pasillo veré de nuevo los periféricos (este teclado que ahora me da vida cuesta unos pocos euros más que cuando lo adquirí el año pasado, incomprensible).
La agonía me ha enseñado que no tengo paciencia. La agonía me ha enseñado que me rindo fácilmente porque he probado 20 opciones y no queda ninguna más, no consigo hacer las cosas al derecho, por qué no sale nada, nunca, bien. Que son 20, no una o tres, ya tengo más paciencia que el resto de mortales.
Sí, justo para dar los últimos toques al libro (sigue, sigue en pie) se rompe el teclado. Tuve que retirar la preventa de Amazon porque no estaba listo el archivo bien maquetado. Tuve que sufrir turnos interminables, alguna semana trabajando a 40 horas (excepción; el contrato dice 16 h/semana) y descubro, al segundo mes, que he trabajado más horas pero he cobrado igual o menos que el anterior. Extraño sistema porcentual de la empresa que me devuelve a la realidad: neoesclavitud. Por supuesto, las agujetas por colocar pesadas cajas para vender y venderlas se curan con el teclado. Pero si se rompe, si no avisa que no cumplirá ya más su función, deceso intempestivo, todo el resto de horas desperdiciadas como asidero para malcomer pierden su razón.
Arrastrarse por las calles vacías con el dolor de riñones y las manos congeladas, sin teclado donde poder calentarlas. Pararse en mitad de un asfalto con luna. Los auriculares que me aíslan del no-ruido de la calle previa al festivo. Un corte de pelo estúpido para dejarlo ya crecer sin interrupción, como en 2013.
He tenido que sufrir nuevas dudas, contemplando las páginas iniciales (sin poder cambiarlas), si todo eso debería estar de esa manera, ya en el principio. Doce personas están esperando. Doce. Con un porcentaje muy aumentado de personas que NO son amigos que quieran hacerme un favor, sino que me encontraron por ahí, en la calle. Las regalías por ventas del primer libro sumaron 7 euros; del tercero, 70. ¿El quinto serán 700? Ja, ja. No.
He vuelto. Mil veces peor que en 2013.
Voy a dormir. Buenas noches.