por la noche
para no morir:
un café, un cigarrillo
y esa paciencia de absoluto
que no se puede ejecutar.
Tal vez haya sido la música
el benefactor de la tarde
el silencio, no obstante,
se ufana en la piel.
A esa hora la vida es un hábitoy uno se da cuentaque puede morir como cualquieraque dejó la vida a medio hacer
creyéndola inagotable.
Y uno vuelve a escribir
por la mañana
-costumbre pausada-
y otra vez nos queda
la escritura y el silencio:
ese grito constante
que a nadie le importa.
Victoria feroz de la experiencia.
A todos nos alcanzan
las flechas de algún dios.Copyright by Susana Inés Nicolini. Todos los derechos reservados