Revista Talentos

Agua dulce (el final de la historia)

Publicado el 08 septiembre 2015 por Aidadelpozo

La felicidad de Izaro duró apenas año y medio, justo el tiempo en que el desamor llegó en forma de intentos fallidos de paternidad y desencuentros de pareja como consecuencia de estos. Pablo se volvió callado y taciturno y acabó reprochando a Izaro su imposibilidad de concebir como si ella fuera la responsable de su infertilidad y no la naturaleza. El hastío se instaló en sus vidas y el amor se secó como lo hace una planta a la que no se riega, comentó Izaro a sus amigas cuando desnudó su corazón ante ellas para liberarse de su propia frustración.

En el verano de dos mil trece, el mar devolvió a Izaro a la triste realidad del invierno perpetuo que se había asentado en su corazón cuando de nuevo enfermó. Las olas envolvieron su piel en un fuego punzante de mil alfileres y, al regresar a la orilla, donde Pablo esperaba con aire serio e indiferente, Izaro comenzó a llorar, disimulando su dolor de la mejor manera que pudo. El ruido de las olas golpeando la orilla, acalló su congoja y él nunca supo que su mujer acababa de confirmar lo que su corazón sabía desde hacía tiempo. Cogió una botella de agua dulce y, dando la espalda a Pablo, la vertió sobre su cara, aliviando la quemazón que sentía. No volvió a meterse en el mar en todo el verano. Tampoco volvió a hacer el amor con su marido. Al llegar a Madrid, Izaro comunicó a Pablo su decisión de terminar con su matrimonio. Con la llegada del invierno, recuperó su libertad.

Poco tiempo después, Izaro retomó la escritura y comenzó a sumergirse en las páginas de una novela como quien se sumerge en las dulces aguas de un lago claro y paradisíaco. El proceso creativo relajaba su cabeza y le proporcionaba una cierta paz interior. Sin intención alguna de buscar la felicidad en brazos de un hombre sino en ella misma, se refugió en escribir aquella obra que para ella era además de su proyecto vital, una vía de escape hacia la recuperación de una Izaro que, tras sus fracasos matrimoniales, se había vuelto un tanto gris. Se planteó así que el arco iris, como llamaba metafóricamente a la felicidad, debía regresar a su vida. Germán llegó a ella sin preaviso, y dio la vuelta como un calcetín a su mundo, sereno y confortable a fuerza de teclado y empeño. Para Izaro, aquel hombre apasionado supuso un soplo inesperado de aire fresco a su rutina.

-Sin quererlo ni pretenderlo, te amo- confesó a Germán mientras acariciaba su rostro. Lentamente su mano bajó hasta su sexo erecto. Entregados a los besos y caricias, hicieron el amor hasta que despuntó el alba.

Planearon su primer viaje, llenando la mesa del salón del apartamento de Izaro de guías varias de destinos exóticos, clásicos y escapadas románticas de fin de semana. Germán no podía disimular su ilusión por compartir con ella aquel proyecto que para él suponía un paso adelante en su relación. Compartir unos días juntos, disfrutar de unos días de relax para conocerse más, era algo que llenaba su cabeza de ilusión y esperanza.

-Si nos divertimos compartiendo estos días, princesa, te pediré que compartamos el resto de nuestras vidas- comentó Germán, mientras echaba un vistazo al catálogo de destinos exóticos.

-Si todo sale bien...

Izaro dirigió su mirada al mueble del salón. En una estantería, un tarro de mermelada contenía arena blanca de playa. Escrito en él con laca de bombillas, las palabras "días felices", la llamaron como el canto de una sirena.

-Deseo que vayamos al Mediterráneo. ¿Nos vamos a Alicante?

-¿A Alicante, Izaro? Cariño, ¿nuestro primer viaje juntos y eliges Alicante como destino? Si me dices que quieres ir a Benidorm, me matas, cielo.

-Elige un pueblo de Alicante, cualquiera que sea costero, da igual, lo dejo a tu elección pero que sea de Alicante.

-Guardamar. De pequeño solía veranear con mis padres en Guardamar. Izaro, tengo que confesarte una cosa...-comentó Germán, nervioso, cambiando de tema-. El otro día, cuando me dijiste que me querías, nada respondí y no te enfadaste, lo cual fue un alivio. Creí que necesitabas una reacción por mi parte ante aquella confesión pero, por el contrario, tu respuesta a mi silencio fue pedirme que te hiciera el amor. Tengo algo que decirte respecto a aquella noche, algo que jamás he dicho a ninguna mujer hasta ahora. Hace meses en el colegio hicimos una excursión a un jardín sensitivo.

-¿Un jardín sensitivo? Jamás oí hablar de un jardín sensitivo. ¿Qué es?

- Es un jardín como cualquier otro con la única diferencia de que sus visitantes lo perciben con todos los sentidos menos con la vista, dado que al comenzar la visita, se les tapa los ojos. De ese modo percibes con el tacto la fragilidad de los pétalos de las flores, su textura aterciopelada, los nudos de los troncos de los árboles, los nervios abultados de las hojas, el volumen y consistencia de las plantas crasas. Percibes también mil sensaciones olfativas: el perfume de las flores, de las plantas aromáticas como el tomillo, la lavanda, el romero, la menta y la hierbabuena, el frescor de las coníferas y toda la mezcla de aromas tan variopintos que se agolpan en el aire gracias a la brisa suave. Sientes incluso con el oído, Izaro, escuchas al jardín. Porque el jardín te habla, te cuenta su historia a través de los sonidos que trae el viento al agitar las copas de los árboles o mediante los trinos de los pájaros que habitan en sus ramas. El jardín canta, habla, tararea, silba... Está vivo, Izaro. Visitar aquel jardín sensitivo fue una experiencia maravillosa. ¿Y sabes una cosa, princesa? He descubierto que tú eres mi jardín sensitivo, aquel que deseo sentir siempre, visitar todos los días, disfrutar sin pensar en el tiempo. Tú, Izaro, eres mi jardín sensitivo.

Una semana más tarde, con una sola maleta para los dos, partieron con destino al mar.

Izaro miró el horizonte. El sol, una enorme bola de fuego anaranjada, titilaba ante sus ojos. Hacía tiempo que no se sentía tan nerviosa y a la vez tan ilusionada. Lentamente, este se fue escondiendo bajo el mar, anunciando la llegada del ocaso. El cielo comenzaba a oscurecerse y se iba adornando con miles de estrellas. La luna llena compartió por un momento el reinado del sol que, como cada día, llegaba a su fin. Minutos más tarde, su plateada luz llenaba de claridad la noche. El mar bramaba y la espuma blanca rozó los pies de Izaro y Germán. A su lado, él sonreía, contemplando las olas romper en la orilla.

-¡Vamos, nena, vamos a bañarnos! El agua está estupenda, se nota tibia bajo nuestros pies!-animó a Izaro.

Germán se quitó la ropa y la dejó en la arena, lejos de la orilla, esperando a que ella hiciera lo mismo. Por un momento Izaro titubeó. Después se la quitó con rapidez y la dejó al lado de la de Germán, adentrándose con él en el mar. Cuando el agua le llegaba a la cintura, Germán la cogió en brazos y, sin tiempo para advertirle, la tiró de golpe, haciendo que Izaro se sumergiera por completo. Cuando salió comenzó a tirar agua a Germán, quien, divertido, hizo lo mismo. Finalmente, Izaro se volvió a sumergir y cuando emergió, lanzó un chorro de agua salada por su boca, que impactó en el rostro de Germán.

-¿Quieres jugar, eh? Voy a por tí, nena- gritó mientras cogía a Izaro y la empujaba de nuevo bajo el agua, sumergiéndose con ella.

Con los ojos abiertos y cogiendo su rostro con ambas manos, besó a Izaro. El zumbido del agua en sus oídos, le recordó que estaba en el mundo. Ese sonido era, de hecho, lo único que le recordaba que no flotaba pues con Izaro, se sentía siempre en una nube. Cuando emergieron de nuevo, Germán continuó besando a Izaro, cuyos labios habían adquirido el sabor salado del mar. Ya en la orilla, se sentaron en la arena y siguieron contemplando el cielo. Izaro miró a Germán y sonrió.

- ¿Sabes, mi amor? Acabo de descubrir una cosa, igual que tú descubriste el otro día, cuando me contaste tu excursión al jardín sensitivo, que yo era como ese jardín para ti.

-¿Qué has descubierto, nena?

-No vas a entenderlo, Germán. Pero lo que voy a decirte quizás sea lo más maravilloso que jamás te hayan dicho, como lo fue para mí que me compararas con ese jardín sensitivo. Pues bien, debo confesarte que, hasta ahora, he tenido miedo de sentir, miedo de equivocarme, miedo de que las cosas terminaran. Acabo de descubrir que no hay que tener miedo a sentir, equivocarse o a que una historia se termine, pues todo es aprendizaje y todo sirve para madurar. Y lo he descubierto con este bautismo salado, dándome cuenta de que no he traído mi botella de agua dulce. No la necesitaba, nunca la necesité, pues con mi piel ardiendo o en calma, no eran por los demás sino por mí por lo que me sentía mal. No pongas esa cara, cariño, tengo razones para sonreír, pase lo que pase de aquí a un par de minutos... Sería complicado de explicar y no merece la pena hacerlo porque te confundiría aún más. Nada ni nadie puede curarme, sino yo misma con un cambio de actitud. No hay personas que curen, es uno mismo quien cura sus heridas. Me da igual si estoy curada o si no y me dan igual mis miedos e inseguridades, porque nada de eso importa, solo importamos tú y yo. Tú, mi amor, eres mi botella de agua dulce, pese a lo que pueda suceder ahora. Yo soy tu jardín sensitivo y tú para mí, esa botella que hoy, olvidé traer.


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