Izaro se despertó sobresaltada y emitió algo parecido a un grito, solo que algo más apagado. Su corazón latía con fuerza cuando Germán la abrazó para que se calmara. Izaro gimoteó como una niňa asustada y él la cobijó entre sus brazos aún más fuerte.
-Ha sido una pesadilla, nada más. Todo está bien-dijo a Izaro, que temblaba entre sus brazos.
-Soňé que esto no era real. Nosotros, tu casa, esta habitación, lo que tenemos. Tú no estabas a mi lado. Solo estaba yo. sola, vacía, buscando.
-Pues estoy. Mira. Soy real-afirmó Germán, tomando su rostro entre las manos.
La besó e Izaro sonrío. Luego depositó un beso en sus manos y ella pegó la cabeza en su pecho, ya más relajada.
Aquella era la primera noche que Izaro se quedaba a dormir en casa de Germán.
Se habían conocido en una cafetería dos meses antes. Izaro conversaba con una amiga acerca de su nueva novela. Germán, sentado en la mesa de al lado, esperaba a un amigo. Sintió curiosidad por aquella mujer de cabello negro y ojos azules y vivos, que gesticulaba con emoción mientras hablaba. Una atractiva y madura mujer, que vestía de un modo elegante a la vez que informal. Su camisa blanca, desabrochada estratégicamente, dejaba ver un generoso escote y su falda de punto, unas bonitas piernas. Varios hombres también se habían fijado en ella y algunos incluso miraban sin disimulo hacia la mesa donde Izaro y su amiga conversaban. Esta asentía y preguntaba a Izaro, que hacia hincapié en algunas de sus ideas, las desarrollaba y pregunta qué opinaba su amiga al respecto. En un momento de la conversación, la amiga se disculpó para ir al aseo e Izaro se quedó sola, escribiendo notas en una libreta.
Germán, que vio su oportunidad para conocerla, se levanto, se acercó a su mesa y simplemente, se dirigió a ella con naturalidad.
-Disculpa que te moleste, pero no he podido evitar escucharte. Estás escribiendo un libro y he oído que comentabas a tu amiga que la protagonista de tu novela está inmersa en un mar de dudas respecto a su nueva relación. Estabas anclada en cómo resolver dichas dudas. ¿Y si dejas que todo fluya? ¿Que nada se plantee y que viva el momento? No soy escritor como tú, claro está, pero creo que es mejor vivir el hoy a desperdiciar el momento con dudas y preguntas.
-Buenas tardes. Ya veo que hablo muy alto. Me llamo Izaro y, ¿tú eres?
-Un maleducado metomentodo y cotilla. Perdona por no haberme presentado, mi nombre es Germán. Izaro es un nombre precioso. Nunca lo habia oido como nombre de mujer, solo como el de la productora de cine.
-Mis padres son aficionados al séptimo arte.
-Ya veo.
-¿Quieres sentarte con nosotras y debatir sobre mi nuevo proyecto literario? El punto de vista de un hombre me vendría bien. Es cierto que estoy varada en una parte de la historia y Adriana -así se llama mi amiga- no me está ayudando a salir del atolladero.
-Lo haré encantado si me permitís que os invite. Estoy esperando a un amigo, ¿os importa que también comparta esta tarde con vosotras?
Y así comenzaron. La vida, como solía decir Germán, es un cúmulo de casualidades. Como descubriría días más tarde de aquel encuentro, Izaro había cambiado la fecha de su cita con su amiga y también el lugar, por puro azar, al igual que lo hizo él con su amigo. Era cuestión del destino, pensó en aquel momento, mientras la abrazaba, que tuvueran que encontrarse. Izaro se aferraba al pasado aún, con un poso de miedo en su caminar, consecuencia de dos matrimonios fracasados y varias relaciones posteriores que le habían llevado a la insatisfacción y a la inseguridad. Izaro era una mujer hermosa, abierta, decidida y que creía aún en el amor, a pesar de todas las cicatrices de su corazón.
Su primer marido se llamaba Carlos y era celoso y posesivo, hasta el punto en que la anuló como mujer. Recordaba a menudo su pasado y sobre todo sus veranos en la costa, rememorando su mar Mediterráneo, que le daba fuerzas y ganas de vivir el resto del aňo, alimentada de sus recuerdos estivales. Había amado a Carlos, a pesar de que, poco después de casarse, asomó más notoriamente su naturaleza controladora. Los primeros veranos junto al mar, traían a su cabeza recuerdos maravillosos. Paseos junto a la orilla, visitas a los mercadillos, olores y sabores, amor, noches de pasión y deseo. Después se casaron y él se mostró huraňo y posesivo, cada vez en mayor medida. Y el mar dejó de ser el mar.
Sucedió de pronto, de un verano a otro. Aquel día Izaro corrió al encuentro de las olas, poco después de cambiarse de bikini y ponerse uno más discreto, ya que Carlos había recriminado que el que llevaba no era propio de
una mujer casada. Chapoteó en el agua, se zambulló y nadó unos metros. Su marido la observaba desde la orilla. Adujo que estaba cansado y solo la miraba. Mecida por el oleaje, Izaro se dejó llevar. Aquel primer día de playa de sus vacaciones, cuando salió del agua, comenzó a sentirse mal. Su piel estaba irritada. El calor la sofocaba y creyó que iba a desvanecerse. Su marido la llevó a urgencias con una fuerte erupción cutánea por pecho, cuello, hombros y rostro. Solo esas partes de su cuerpo mostraban claros signos de algún tipo de alergia cutánea. Izaro había contraído una alergia al agua de mar .
El resto del verano tuvo q pasarlo mojándose solo hasta la cintura, evitando cualquier salpicadura en cuello, hombros o cara, procurando alejarse del bullicio y sin poder zambullirse en el agua ni nadar. Una botella de agua dulce siempre la acompañaba por si la mojaban o una ola traicionera la tiraba al agua y su rostro era tocado por el agua. Si eso sucedía, tenía que lavarse con agua dulce para evitar que su piel enrojeciera casi al instante. El agua salina se había convertido en ácido para esas partes de su cuerpo. Izaro languideció.
Dos aňos más tarde decidió poner fin a su matrimonio. Se refugió en sus libros y en aquel tiempo de replanteamiento de su vida nació su vocación por escribir. Un aňo más tarde de su divorcio conoció a su segundo marido, Pablo. Fue puro azar. Sucedió en en una firma de ejemplares de su primera novela. Él pasaba por ahí, vio el cartel y decidió entrar. Nunca había estado en una presentación literaria. Seis meses más tarde se fueron a vivir juntos y poco después, se casaron. Izaro deseaba ir al mar de viaje de novios, para encobtrsrse de nuevo con su Mediterráneo. No necesitaba de paraísos pues su paraíso era él. Ni siquiera recordó advertirle de su problema con el agua salada aunque sí llevó su botella de agua dulce. Al llegar a la orilla, Pablo cogió su mano y corrió con ella, adentrándose en el mar. Izaro trató de soltarse, gritó y pidió que no se adentraran más. El agua sobrepasaba su cintura. Su marido rió y pensó que ella jugaba. Una ola rompió en sus cuerpos y les hundió hasta la cabeza. Al salir, su marido observó el rostro asustado de Izaro. Ella se soltó de su mano y corrió a la orilla. Él corrió tras ella, le cogió de la cintura antes de que pudiera llegar a la orilla y le preguntó qué sucedía. Izaro le contó lo de su alergia al agua de mar.
-¿Qué alergia, cariňo? Tu rostro está perfecto. ¿Te pica? Yo no veo urticaria alguna.
Izaro se tocó el cara y ya, bajo la sombrilla, busco un espejo de bolsillo y se miró. En efecto, su piel estaba intacta, no tenía signo alguno de alergia. No necesitó agua dulce para lavarse. El mar volvía a ser su mar.
-Estoy curada, Pablo-dijo gritando.
Su marido hizo un gesto con la mano para silenciarla y sonrió.
-Tal vez no era alergia al mar, sino a tu primer marido. ¿La has tenido siempre? Y, es curioso, la irritación no te salía en todo el cuerpo. ¿De verdad los médicos lo achacaban al salitre del agua del mar? Porque estás empapada de los pies a la cabeza y no te ha salido ni uno.
Izaro reflexionó. Miró a Pablo y volvió a mirarse en el espejo. Ni rastro de manchas de quemazón ni molestia alguna. Realmente, pensó, estaba curada.
Esa noche hizo apasionadamente el amor con Pablo, pues ella amaba así, con una pasión de acabarse el mundo. Al despuntar el alba, se despertó con los rayos del sol cubriendo su rostro y los brazos de su marido, rodeando su cuerpo desnudo.
Se duchó, se puso un bikini espectacular y se dirigió al encuentro de su amado mar. Miró las olas parir espuma en la orilla, el sol despuntar generoso en el horizonte y el ruido de mil caracolas chocar contra sus pies descalzos. Corrió mar adentro. Solos ella y él. Gritó su nombre varias veces, Izaro, Izaro, Izaro, y al fin se zambulló en el agua. Las crestas de espuma le devolvieron su nombre con forma de rugido. Cuando emergió, Izaro estaba más viva que nunca.
-No eras tú, mi mar, el que me enfermó, sino Carlos al oprimirme e impedirme ser yo. Y ahora el amor me devuelve a ti.
De nuevo en la habitación del hotel, Izaro despertó a su marido con un beso.
-Gracias.
-¿Eh?
-Me devolviste el mar.
-No te entiendo, nena.
-No hay nada que entender. Simplemente, eso, que me lo trajiste de nuevo. Gracias-repitió-, este es mi regalo.
Y le entregó su cuerpo, salado como el mar. Se amaron de nuevo hasta que el sol coronó el día en lo más alto del cielo.
Mientras tanto, las olas aún bramaban su nombre: Izaro.
(CONTINUARÁ)