Llueve en Buenos Aires, la nostalgia vuela con las pestes gripales. Recuerdo un beso, mi madre, un desengaño, un auto furtivo que manchó mi ropa salpicando agua mugrienta. Una ciudad donde todo tiende a terminar mal, una ciudad que cuenta con esa cualidad como principal encanto. Donde la desgracia es lo que buscamos sus habitantes todos los días, desde donde nos cuesta tanto irnos, por no arriesgarnos a perder nuestro sufrimiento.
Dos compañeros de trabajo hablan mal de un tercero, en la mirada del hombre está el deseo hacia ella, también está su timidez. La mujer está con otro hombre, también siente algo por su acompañante, aunque se esfuerza en mostrarse desinteresada. Tal vez alguna vez un beso venga a saldar su problema, un momento de coraje que empuje a romper el hielo entre ambos, tal vez nunca encuentren oportunidad. Lo más probable es que un gris gerente separe su destino, que exilie a alguno de los enamorados secretos a una oscura sucursal donde todo se diluya, donde ambos sean recuerdo de lo que no fue, es decir que no sean nada.
Un tipo en camino a quedarse pelado, camina con apuro protegiendo su cartera de las gotas, es principio de mes y cobró, hoy se va a encontrar con alguna puta, de ser posible Desiree. Es difícil encontrarla en días así, ella se toma su tiempo con todos, los escucha, los consiente, los mima. Una columna de mujeres marcha por la avenida contra el paso del pelado, llevan pancartas con reivindicaciones. Desiree es una de las que encabeza los reclamos. El tipejo se frena y mira pasar el incesante desfile de mujeres, ella no lo registra. Despreocupado, se suma a la marcha, no se si porque creía en los reclamos o por tener cerca a Desiree.
Un gringo, notablemente borracho busca pelea en la esquina, cada semáforo en verde le brinda nuevos posibles contendientes. Elige uno, un tipo alto, de camisa a cuadros y borcegos, fumador. Siempre le cayeron mal los fumadores, una adicción asquerosa. El yankee empuja al otro con la suerte que su caída destruye la improvisada cama de un sin techo. Un diariero vigilante llama a la policía, que llega rápidamente para llevarse preso al homeless.
Un anciano lleva un andar perdido, revisa los tachos de basura. Sus manos encuentran yerba usada y unos auriculares maltrechos. El viejo conserva la yerba, la envuelve en un afiche de un político que promete trabajo. Un tipo colorado pasa a su lado, agarra fuerte su bolsillo asegurando su teléfono celular. El anciano se agarra fuerte el huevo izquierdo. El colorado lo putea de arriba a abajo mientras el viejo le hace cuernitos para evitar la mala suerte.
Mis zapatos pierden el brillo ante la lluvia con el pasar de los minutos, el olor a cemento húmedo de este balcón me asquea. Mi teléfono suena, es la negra con un mensaje corto y certero: Comprá servilletas que hoy viene el novio de la nena. Buenos Aires no falla jamás.