Eran las mismas ramas del invierno
con su mansedumbre de hojas cuajadas,
y la misma plaza de bancos
lavando las eternas ráfagas.
Era el duende del mismo villancico
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en los caminos circulares
que la ronda fraguaba,
entre los picos en cruz,
y las saetas sagradas.
Era la misma mujer leyendo
sobre las alas de tinta
de aquel libro prestado,
buscando –como siempre-
la risa de una sayuela blanca.
Era el mismo sonido de tus pies
al pisar el camino de grava
mojada la frente, con la misma gota
quebrada.
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Y era la misma sombra
larga y huesuda de las celosías
rugiendo sus agujas de nácar,
que, como a un amante, esperaban
tus cincuenta años, presintiendo,
oscuramente, que jamás volverías
porque jamás estuviste.Copyright by Susana Inés Nicolini. Todos los derechos reservados