Bistotti. Joven argentino sin (demasiadas) aspiraciones. Estudia para contador por mandato familiar. Si hubiese podido elegir, habría sido guardavidas. No es un experto nadando, pero la idea de ganarse la vida en la playa se acerca lo suficiente al sueño perfecto. Se decantó por lo que querían sus padres por un motivo muy sencillo: tiene todo servido.
De chico le decían alambre de cobre, porque tenía que pasar dos veces para hacer sombra. Las visitas casi diarias al gimnasio a partir de la adolescencia han moldeado un cuerpo mucho más interesante para el espejo y las mujeres. En su clase hay una chica que le gusta, pero la idea misma de enamorarse atenta contra su pensamiento de disfrutar con todas las mujeres que pueda, sin importar el dónde y el cómo.
Aristimurri. Joven argentina con un claro objetivo inmediato y una serie de metas futuras bien definidas. Quiere ser contadora como su abuelo y sabe que lo logrará con la mejor calificación de la facultad. Su preparación no está en el estudio según afirma, sino que la lleva en la sangre. Ninguna otra carrera podría suplir lo que para ella significa la que con éxito está haciendo. Proviene de una familia de clase alta, por lo que la imagen, la indumentaria, los accesorios, son importantes. De la misma manera, las apariencias. Por lo tanto trata de no equivocarse con las compañías que están a su lado. Odia con todas sus fuerzas (y mucho más) a un compañero de clase que se pavonea en todo momento y que no se toma la carrera en serio. Lo ha visto poner su atención en ella y eso ha hecho que además de odio, sienta adversión.
O'haio. Es el bar donde coinciden la mayoría de los estudiantes de la facultad. Tiene una onda retro durante el día y se transforma en un ruidoso pub de noche. suele ser el punto de partida hacia otras salidas. Pasar por "el bar" es para los estudiantes asiduos sinónimo de ese lugar. Aristimurri y su grupo de allegados (ella no le dice amigos, dado que es un concepto muy específico y peligroso de usar libremente) despliega sus camperas, carteras y mochilas en un sector de mesas situado muy cerca de la ventana que da a la calle. Bistotti, que concurre solo o a lo sumo con dos o tres compañeros de clase, se acoda siempre en la barra. Desde allí puede ver la puerta de entrada y la mayoría de las mesas, tan solo con voltear levemente la cabeza.
La conversación. La tienen en O'haio una tarde de invierno, tras salir de un parcial. Aristimurri luce el desenfado de quien sabe ha salido triunfante de la contienda. No menos que un diez, piensa con más soberbia que orgullo. Poco le importa cómo le ha ido a los demás, ella bien se merece un trago caro, de esos que solo hacen en la barra. Bistotti mastica la bronca. Le han tomado justo lo que no estudió. Tendrá que darle explicaciones a sus padres y el solo imaginar la situación lo pone de mal humor. Ya sabe lo que va a suceder, además de la reprimenda habrá amenazas y correrán riesgo algunos de los víveres. Tendrá que buscar las palabras justas para hacer las promesas exactas. Pero la procesión va por dentro, su semblante jamás se altera, luce imperturbable, seguro, sonriente. Acaba de hacer un chiste y una morocha a su lado ríe a carcajadas. Entonces siente un codo inoportuno que roza su espalda. Observa de reojo y es ella. Aclara la voz y dejando atrás a la (ahora) desconcertada morocha, le pregunta a ella, a la que le gusta muy a su pesar, cómo le ha ido. La joven se sorprende. No entiende cómo la simple acción de solicitar un trago al barman se ha convertido en el suplicio de tener que soportar que el aborrecible Bistotti le esté hablando. Y no solo pregunta una vez, sino que reitera las mismas palabras, creyendo quizá que ella no lo ha oído, pero se equivoca, ella en realidad trata de ignorarlo, pero no lo consigue. La sonrisa enorme en ese rostro falsamente bronceado, que casi no encaja con ese cuerpo trabajado durante años, sigue estando allí, esperando una respuesta. Aristimurri suspira, intenta no arruinar la vibra positiva que el examen le ha conferido, finge una mueca que trata de aproximar a una sonrisa y muy a su pesar mueve los labios. Ambos recordarán ese instante. Pudo haber pronunciado muchas frases, pero las cuatro palabras que salieron de la boca de ella, envueltas en un cálido aliento a menta (sin azúcar), fueron lo más parecido a un agujero negro en la faz del planeta: Qué mierda te importa.
Aristimurri volvió con los suyos, portando su trago. Bistotti permaneció con la sonrisa inmaculada, pero los ojos perdidos. Vio la silueta alejarse y perderse en un mar de gente, experimentando una rara sensación, como si algo hubiera succionado toda su seguridad. Ni siquiera la morocha con la que estaba hablando antes, permanecía a su lado. Distante, el objeto de su deseo seguía de largo en dirección a la puerta. Toda la dicha del triunfo se había ido a la mismísima cloaca. Arrojó el vaso largo con el trago en un cantero cercano, mientras sus zapatos de taco alto la llevaban al borde de la acera para tomar un taxi.