Revista Diario

Ajuste microeconómico

Publicado el 06 junio 2010 por Fernando
La graciosa pereza que me envuelve recostado en mi sillón favorito frente a un ventanal con vistas al jardín en la Orangerie del Club Knut, inusualmente tranquilo para un fin de semana poco primaveral, se va a ver un tanto perjudicada por la llegada de mi inveterado colega Jacobo 26. Lo presiento.
Jacobo Ignacio Martínez de la Pedriza y Martínez-Rodas, más conocido entre los cofrades funcionarios como Jacobo 26, por corresponder dicha cifra al mínimo de páginas de cualquiera de sus informes aptos sólo para leer en diagonal después de mucha práctica y trienios acumulados en el expediente personal, se acerca con paso firme pero aspecto dubitativo. Lleva en la mano derecha el inevitable dry de esa hora previa al almuerzo sabatino y en la izquierda una hoja de papel de la que no separa la vista. Sin duda no se trata de uno de sus acreditados informes, dada su escasa extensión y el nulo apego al trabajo fuera de la jornada laboral que, junto con edad, carné del club y una confesa tendencia a escuchar los cantos de sirena de la perniciosa socialdemocracia librepensadora, ambos compartimos desde nuestra incontrolada juventud. Cantos irresistibles de sirena que nos llevaron a ingresar, tras nuestra licenciatura en la Universidad Pontificia, en el Servicio Jurídico del Estado como files servidores de la res publica y el interés general; un grave tropiezo a los ojos de nuestras familias, para quienes actuamos «como si fuérais unos middle class cualquiera del laborismo radical».
Me saluda con un leve gesto de su copa, pero no aparta la mirada del papel. Se sienta en un sillón contiguo y repara en mi copa vacía. «Un jerez para mi amigo y otro martini para mí, por favor», demanda al ocioso camarero. De numerosos cofrades del Knut se podrían tomar palabras tales como el paso previo a un sablazo en toda regla, pero justo es reconocer que Jacobo es la generosidad personificada.
Con la llegada de las bebidas deja de lado su lectura y deposita el papel sobre la mesa.―Quiero tu opinión sincera sobre este asunto.―¿De qué se trata? ―pregunto algo intrigado.―Es el borrador de una nota que quiero enviar al director de la sucursal de mi banco el próximo lunes. Me gustaría que tú, que tienes cierto estilo en tus escritos oficiales, me corrigieras lo que consideres superfluo o poco elegante.
Tomo el papel y leo.
«Muy señores míos:Por la presente lamento comunicarles que he decidido recortar en un 5% el importe de la cuota mensual de la hipoteca que tengo suscrita con su banco. Ha sido una decisión difícil, pero me es imprescindible ajustar los gastos para salvar mi economía particular y reducir mi galopante déficit microeconómico.En situaciones críticas como ésta es cuando todos debemos arrimar el hombro, por lo que les pido comprensión y solidaridad para con tan dolorosa medida.Al fin y al cabo yo, como el resto de ciudadanos, colaboré en su día en la inyección de liquidez que recibieron ustedes a modo de salvavidas del sistema financiero nacional, por lo que ahora corresponde en justicia que paguen pecadores por justos.En realidad me he visto forzado a tomar esta decisión porque mis familiares consanguíneos y políticos, al haber tenido conocimiento indirecto del estado de mis finanzas, temen verse en la penosa obligación de prestarme dinero a fondo perdido y ustedes, como banqueros que son, conocen mejor que nadie el sinsentido de toda aportación de capital que no traiga de vuelta pingües beneficios.Me he documentado al respecto y he llegado a la conclusión de que es lícito tomar este tipo de decisiones de forma unilateral y sin previa negociación (hay precedentes paralegales, acogiéndome en tal sentido a las declaraciones del Presidente del Gobierno en el Congreso el pasado 12 de mayo).Atentamente,J. I. Martínez, un funcionario hipotecado.P.S. Aprovecho la ocasión para comunicarles que ya dispongo de suficientes baterías de cocina y pequeños electrodomésticos, por lo cual no necesito que me ofrezcan ninguna más como contrapartida a mis aportaciones de capital.»
Reconozco que una ola intensa de escepticismo, mezclada con unas gotas de admiración, me sacudió de la primera a la última línea.―¿Y tú piensas que esto va a...? ―arranqué cauteloso.―¿Crees que es demasiado duro?―¿Duro? Yo no lo calificaría así, aunque...―Entonces se lo enviaré tal cual. Necesitan un correctivo importante.
No puede ocultarse que la generosidad de Jacobo 26 no llega a ser tan proverbial como su ingenuidad. Así que empiezo a estimar el número de leguas a la redonda en que se escucharán las carcajadas de los probos banqueros. Pero antes de llegar a una conclusión recuerdo un dato que puede no resultar banal.
―Por cierto, ¿no pertenece tu señor padre al grupo de accionistas mayoritarios del banco? ―le pregunto de modo retórico.―No estoy muy seguro, pero creo recordar que así es. Mi padre pertenece al grupo de accionistas mayoritarios de no sé cuantas cosas.―Entonces yo, en tu lugar, ampliaría ese escueto Martínez y se lo haría llegar a través de una comunicación directa de tu progenitor. Hazme caso.
En ese momento llega el camarero con los ansiados bálsamos anticrisis. A partir del tercer dry mi colega enfocará el asunto con otra perspectiva. Probablemente.
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