Revista Talentos
Al cruzarnos por la acera un sedal invisible engarzó nuestros ojos. Entonces recordé que la había amado como a nadie y, al volver la cabeza, ella me lo confirmó con una sonrisa nunca olvidada. Tras mirarnos de nuevo y con primigenia felicidad retomamos sonrientes nuestro camino seguros de no conocernos...