Mirando mutuamente, buscando explicaciones a nuestros aquejos, murmurando señales que apuntan a la luna, aquel objeto brillante que nos cobija cada noche, algunas veces vigente y frecuente como tu presencia en mi vida y otras veces oculta y divagante como nuestra distancia adornada de monotonía.
Tu en un extremo de ella, yo paralelamente en la otra dirección, pero coincidiendo en el punto inicial de nuestras emociones, el origen de nuestras fantasías y sueños vigorizándose cada vez más por el flujo intermitente de sensaciones transportadas de forma lejana. Esta sincronización ideal permite que pese a la lejanía diáfana latente, pese a ello y las tinieblas que nos arrullan y a veces nos asfixian, aunque aún podremos sentirnos cada quien al lado del otro, profesando melodías cósmicas que sobrevuelan nuestros ensueños.
Todo lo anterior y la magia de nuestros desvelos nos liberan por la armonía infinita de paisajes ermitaños, donde queramos estar juntos unidos por un lazo perpetuo de recuerdos moldeados de nuestras experiencias compartidas, ambos señalando al punto convergente de nuestro amor fortuito.
Una maravillosa magia nos aborda y nos inunda de anhelos y promesas que hacen nuestro amor más férreo que cualquier cosa en el universo, que sin ni siquiera alguno esboce palabra alguna, una trémula vibración recorre el espacio incógnito y que al final llena de vida nuestro corazón y saborea de felicidad a nuestra razón.
No importa si estamos a lados esquís distantes de nuestros susurros, solo importa el sorbo de nuestro amor que nos acompaña, y a la larga cuando la distancia se ponga maléfica, tú podrás ver la luna desde tu hogar, y prometo hacer lo mismo desde el mio, y por sensaciones inconsistentes podremos recordarnos y estar latentes siempre en la mente del otro, saboreando el roce de nuestros labios, el calor de nuestros abrazos y la calma de nuestros sucesos.