Los chicos de Bermejo se escondían donde podían y desde allí trataban de matar a pedradas a los pájaros que orbitaban hipnotizados a las indias, más de una habrá caído desmayada, herida más o menos accidentalmente en esos ataques, pero ellas continuaron viniendo al pueblo. Creo que eran perfectamente conscientes del escándalo que armaban con su belleza extravagante, creo que disfrutaban viendo a las amas de casa que las miraban escondidas tras las puertas de sus casas, no porque no quisiesen compartir su pan con ellas sino solo porque no había ningún pañuelo o sombrero que pudiese competir con ese atavío vivo y libre.
Así se instaló una pequeña guerra no declarada ni reconocida pero aun así determinada y feroz. Una guerra de miradas duras, furiosas o despectivas y de lenguas filosísimas de las mujeres del pueblo hacia estas indias que respondían haciéndose las desentendidas y llevando sobre sus cabezas a sus amigos los pájaros. Pero, pasado un tiempo, Bermejo respondió con inteligencia. Había algo que podía hacerse y no creo que la gente del pueblo actuase espontáneamente. No, yo creo que alguien un poco más espabilado, no sé si el cura, algún gerente o alguien con cierta autoridad definió una estrategia sencilla y eficaz. Nadie debía hablar de las aves, ni mirarlas ni atacarlas. Debían volverlas invisibles y desaparecerían con el tiempo.Las indias continuaron llegando al pueblo y las amas de casa las recibieron altivas en las aceras, dándoles algunos mendrugos, mirándolas con lejanía pero siempre a los ojos, nunca más a sus pajaritos danzantes. Los hombres no hicieron menos: continuaron sus obligaciones o sus charlas en la plaza del pueblo pero ni se dignaron en mirar a esas mujeres que caminaban solitarias y descalzas, los niños continuaron sus juegos como debía ser. Nadie recuerda hoy ya nada sobre esas mujeres. Yo pregunté y nadie supo decirme nada. Creo que la gente las olvidó profundamente. Aunque mi abuela no vio nunca a los hombres de aquella tribu (ellos no bajaban hacia el pueblo) yo prefiero creer que la belleza de los pájaros ha de haber sido un privilegio femenino. Mi abuelo una vez soltó su lengua en medio de una de sus habituales borracheras y me dijo que eran todos inventos. Según él nunca hubo aquí mujeres elegantes y amigas de los pájaros sino solo unas cuantas indias con sus sucios cabellos nimbados de mariposas nocturnas, esos feos insectos gordos y pesados, de pardos colores, y que además te enferman de conjuntivitis si los miras fijamente. Que me perdone mi abuelo pero pienso que en su vejez estaba demasiado derrotado por el alcohol y los sinsabores y no sé si habrá olvidado verdaderamente o si solo habrá callado por obediencia… Hoy que los pobres (sus niños sobre todo), solo tienen piojos en sus cabezas, creo que añoro ese pasado y me hubiera gustado ver (aunque sea de lejos) a esas mujeres. Esas flores que visitaban el pueblo trayendo consigo la alegría de los pájaros y sobre todo la alegría de celebrar la vida más allá de la civilización o de la raza o del progreso que al final resulto solo un espejismo (al menos para nosotros).Nunca pude saber que fue de ellas. Quizás su tribu desapareció por el paludismo o alguna otra enfermedad, quizás decidieron marcharse a donde no las ignorasen deliberadamente. O tal vez algún cura o pastor las convenció de que ganarían parcelas en el cielo o las escrituras de su tierra si rompían ellas su amistad con los colibríes. No lo sé pero, cualquiera haya sido su elección o destino creo que Bermejo perdió algo… Que inmediatamente olvidó.