“Si quieres comprender lo invisible penetra, tan profundamente como puedas, en lo visible”.
(La Cábala).
El otro reloj, Remedios Varo, 1957.
Bajo un sol de justicia unos perros guían a un rebaño de ovejas que sueña, donde sólo hay yerba quebradiza y seca, con gradaciones de verdes.
Rezagado, intentando mantener la marcha, va el pastor con sombrero de palma y garrote en la mano.
Un caballo enjaezado y un jinete muy gallardo pasan galopando cerca del hombre y su rebaño.
El cielo muestra un exigente azul de verano.
La ciudad, sumergida en polvo de acero y cemento, parece imaginada.
De pronto, una oveja corre en sentido contrario y la manada se vuelve, pues puede que haya encontrado pasto.
Los dos perros y el hombre también le siguen los pasos. Llevan en sus rostros el gesto ardiente del que persigue un milagro.
Surge ante todos un valle sembrado de lirios, aquileas y acanto.
Ovejas y perros solfean un largo lamento y las madrigueras se hacen eco del triste suceso.
En un tronco muerto el pastor se sienta, enjuga su frente y posa la vista en el árido paisaje de la muerte.
Sólo la pionera calla y aguarda.
