Neblina. Oscuridad. Un aleteo amenazador y rapiñero, los picotazos.La sensación de ser una presa sin escapatoria. Divisó el edificio y las luces prendidas, la salvación a unos metros.
Apuró el paso. Volverían sobre él con vuelos rasantes. Sentía el zumbido de sus alas y la certeza de que esta vez no fallarían.
El bache lo despertó y recorrió las caras de cansancio. Tocó el timbre y bajó del colectivo. Desandó las pocas cuadras hasta su trabajo. Temblaba pensando en las heridas en su cuerpo.
La Biblioteca se erigía como un bálsamo. Se sorprendió con el carro hidrante y los oficiales. En la puerta, dos mastodontes le preguntaron su apellido.
(Foto: Facebook María Pía López)