Al desplazar las cajas quedó al descubierto lo que provocaba el mal olor. Sin embargo, no era lo que sospechaba. El ratón muerto que preveía se había transformado en algo mucho más grande y al mismo tiempo, espeluznante.
El estado de descomposición de aquel descubrimiento era avanzado, al menos de una semana. Si no hubiera estado visitando a su mamá en Buenos Aires, lo habría notado antes. Pero ese viaje era impostergable, los episodios de su madre de pánico se habían cada vez más intensos y todos en la familia temían por un suicidio.
Aunque no era solo el hecho de notar o no el olor y lo que allí había. Era el acto mismo de lo que había sucedido. Si él hubiera estado en casa, fuera lo que fuera que había pasado, no tendría por qué haber sucedido.
Los pensamientos iban y venían en su cabeza en forma de torbellino. Las imágenes también. El cuerpo a sus pies se mantenía inerte, con el rictus aterrador de la muerte en cada milímetro. Pero suponía, con una certeza que lo asustaba, que lejos había estado de permanecer quieto en los instantes finales. El torso desnudo parecía lacerado, grandes manchas oscuras evidenciaban mucha violencia en su contra.
Pero el horror era aún más vívido al observar lo que quedaba de la cabeza, con medio cráneo a la vista y las cuencas vacías donde debían estar los ojos.
Una cicatriz enorme surcaba la cara y atravesaba incluso la nariz, cuyo tabique estaba abierto dejando una hendidura por la que se movían libremente gusanos blancos.
Se quedó inmóvil mirando los detalles, asombrado, perplejo. Algo brillaba debajo del torso. Se acercó y movió el peso inerte con la punta del zapato. Debajo había un reloj. Su reloj.
Se agachó para recogerlo, sin poder entender como había llegado allí. La malla estaba rota y no podía leerse la hora por la cantidad de sangre seca que cubría la parte frontal.
Escuchó un ruido a sus espaldas. La puerta del sótano se había abierto. El sonido de los tacos bajando las escaleras era inconfundible. Virginia estaba bajando. Dudó entre mover de nuevo a su lugar la caja pero comprendió que no tenía mucho sentido. Por un lado, el olor era nauseabundo. Solo ocultaría el cuerpo. Por el otro, Vicky era quién había estado sola en la casa durante el tiempo que él se había ausentado. Si algo pasó, ella debía estar enterada...
- Vicky... ¿qué es esto?
- Si, ya sé... - respondió ella, llegando hasta él y extendiendo las manos buscando las suyas. Vestía una remera blanca de mangas cortas, lo suficientemente larga como para cubrir parte de sus muslos. Debajo no llevaba nada puesto - Prometí limpiarlo, pero sinceramente no pude Guillermo, no pude...
- Pero... ¿qué pasó acá, quién es esta persona? - estaba nervioso, las palmas le sudaban, ya no estaba seguro de conocer a como creía a la mujer que tenía adelante.
- Pasó lo que tenía que pasar - dijo ella tajante, haciéndolo a un lado - Era de lo que hablábamos Guillermo, tampoco te hagás el sorprendido.
La escuchaba y no comprendía.
- Vicky, decime... ¿lo mataste vos? ¿Lo conocías al menos?
- ¿Yo? Cada día estás más loco Guillermo. Si bien está desfigurado, pero hasta tu mamá en medio de un ataque de locura de esos que tiene se daría cuenta quién es.
- ¿Quién era? ¿Quién era este tipo?
- ¿Me hablás en serio? - Vicky estaba trayendo bolsas negras de consorcio, de las grandes, reforzadas.
Guillermo abrió los brazos, en un gesto que denotaba su ignorancia e impaciencia.
Virginia se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Es tu editor, pedazo de infeliz! Lo mataste porque dijo que lo que escribías era pura basura y quería romper el contrato con vos. Y después hiciste lo de siempre que hacés una locura de estas, llamaste a tu mamá y le contaste, y la estúpida tuvo uno de sus ataques. Y acá me dejaste, con el fiambre en el sótano.
- Vicky, qué decís, no podés estar inventando...
- ¿Inventando? Ya me estoy cansando Guillermo... Qué casualidad, tus lagunas mentales son cada vez que te despachás a alguien. Te puedo tolerar este problemita tuyo, pero te lo digo ahora y nunca más: es la última vez que me dejás el muerto a mí sola.
Él tragó saliva, no podía recordar nada, pero aún más miedo le daba el tono de voz de su mujer, la manera en que preparaba las bolsas de consorcio, la seguridad con la que se movía...
- ¿Entendiste? - dijo de manera agresiva, sin llegar a ser una pregunta, sino una aseveración.
- S... Si... si mi amor, entendí.
- Bien, ahora traé la sierra que tenemos que tirarlo de a partes...
- ¿Estás segura que yo hice esto?
- Guillermo ¿podés concentrarte? Traé la sierra te dije. Me cago en la mierda, che. ¿Para nada servís?
El escritor se dirigió hacia el banco de trabajo donde estaban las herramientas, en total silencio. Ahora tenía la mente en blanco, como esas noches eternas en las que las musas lo abandonaban y la pantalla del ordenador permanecía impoluto. La voz de Virginia resonaba de fondo, dando órdenes e insultando. Podía verle el culo allí agachada, tratando de sacar uno de los brazos de debajo del torso. Era todo tan irreal, que parecía sacado de uno de sus cuentos.
Hacía esfuerzo por recordar, pero era en vano. Sus manos temblaban, no obstante tomó la sierra y volvió sobre sus pasos. Quedaba mucho por hacer y según ella, no era la primera vez.
Solo rogaba en silencio, que fuera la última.