De niño fantaseaba con el apocalipsis nuclear y los nómadas con los que vagaría por las últimas llanuras. Mi tribu hubiera tenido una ley funeraria: todos serían enterrados desnudos. Los vivos heredarían las ropas que dejara y absorberían en su piel el recuerdo de la heroína.
Hoy tenemos facebook, twitter y tuenti, donde nos contamos cosas.
Las redes sociales aburren cuando poco tenemos que contar y poco nos cuentan. Twitter me presta plumas de colores y pico de cacatúa y me dice habla o estás muerto. A mí me parece que me muero cuando hablo de más. La heroína de mi fantasía se habría bañado en la última laguna a la luz de la luna, juntos habríamos esquivado a los mutantes y perseguido a un reticente estofado de ardilla entre los árboles, habríamos aprendido a amar, a sufrir y a ser felices a pesar de seis mil millones de pérdidas. Hoy todo está bien, por eso compartimos fotos de gatitos, chistes, chismes y programas que sólo usaremos para probarlas. Mi heroína ya estaría muerte, después de vivir.
Se nos está olvidando que el afán de cada hora es el vivir. Se nos está olvidando vivir algo que merezca la pena compartir, y compartiendo lo intrascendente se nos muere la vida segundo a segundo. O podemos vivir y después compartirlo.
Dejad que os hable de una viuda, de sus hijos, de sus fotografías sus sueños y sus poemas. O mejor, dejad que ella misma os acaricie el alma y comprenderéis.
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